Artículo publicado en el Diario de Noticias de Álava el martes 23 de
septiembre de 2014
Durante el partido del Alavés en Zaragoza, una polémica que salió del confort de la cabina de prensa llegó hasta donde se huele el césped. Vino a decir Lekouna en twitter que ir al Sadar está muy bonito (“postureo”) pero que donde se ve al alavesista de pelo en pecho es en sitios como La Romareda (“territorio comanche”). Generalmente, la prensa es vista como un intruso por el aficionado. Cobramos, tampoco mucho, por lo que el hincha tiene que pagar y además tenemos bastante buenas localidades y encima nos damos el gusto de opinar sobre decisiones sobre las que generalmente sabemos poco. Y a cambio sólo tenemos que aguantar que se nos eche la culpa cuando pierde el equipo y se nos llame desestabilizadores. Por eso al aficionado que renueva su abono cada año y se tiene que pagar la gasolina y la entrada a Pamplona o Zaragoza le tiende a joder que vaya un periodista repartiendo carnets de alavesismo.
Más allá del comentario, es plenamente entendible que la gente evite ir a La Romareda. O que zaragocistas de bien, que los hay, esquiven Vitoria. Andaba yo hace un par de años en Gdansk durante la Euro 2012 a las siete de la mañana, saliendo de un garito de mala muerte, cuando el fulano al que llevaba contando mi vida ya los últimos tres vodkas y ya éramos como hermanos se enteró de que yo era de Vitoria. “Cuando viene el Alavés los de El Ligallo salimos de caza”, me contó orgulloso, quizás esperando mi aprobación porque a sus ojos, un vitoriano con la camiseta de la selección le parecería un extraterrestre. Hizo venir a un camarada suyo para que ratificara una historia de un tortazo que había dado que hizo saltar unas gafas de una acera a otra y no me recuerdo mucho más del día, más allá de que tendría después una resaca espantosa. También en Vitoria cuando llega este partido hay un puñado que se levantan recordando cuánto les gusta el olor a napalm por las mañanas.
Y la verdad es que no tengo ni idea si este factor ejerce un papel disuasorio tan grande como imagino. De lo que sí estoy seguro es de que la gente, en su gran mayoría, prefiere ir a un desplazamiento donde puede pasar el día tomando algo tranquilamente con su camiseta y bufanda, confraternizando con la afición rival y utilizando el fútbol como excusa para disfrutar la vida que a otro sitio donde básicamente va a tener que ir con cuidado de no encontrarse con un hijo de puta como el que me crucé en Polonia. Y por elegir lo primero a lo segundo no se es ni más alavesista ni menos. Ni más hombre, ni menos.
***
Lo que fue el partido en sí empieza a demandar el contextualizar la imagen idílica con la realidad. Hasta que se demuestre lo contrario, el partido de El Sadar se debe tomar como un verso suelto en un equipo que sigue siendo disfuncional. El Alavés no consigue ser un equipo consistente durante noventa minutos de juego y todavía no tiene una cara reconocible. A lo largo de la serie, Bart Simpson ha tenido diferentes aventurillas amorosas. En una de las últimas, con una niña desestructurada y desequilibrada mentalmente, Bart sólo le pide “que sea igual dos días seguidos”. Eso precisamente es lo que no consigue el Alavés. Ni siquiera en un mismo partido, como se vio en La Romareda. Si en la primera parte quizás sólo faltó la pegada, la segunda fue un fallo multiorgánico. Desapareció el equipo y concedió demasiado. Si hay gente que después del 1-5 con Holanda hablaba de que hubiera sido otro partido “si Silva marca esa”, supongo que habrá muchos que digan lo mismo de la de Vélez. Es montarse películas y soslayar el momento. El equipo se está enfangando progresivamente víctima de un trastorno de personalidad.
***
Por cómo hablan algunos de él, empiezo a pensar que James Rodríguez es un piernas que no sabe jugar al fútbol. Queda muy snob y contracultural el discurso y el batiburrillo en torno a ACS, que esta semana cerró un contrato en Australia de 3.300 millones de euros. Australia, donde el Madrid ni pisa, ni hay jugadores aussies. Que la verdad no estropee novelas bien contadas.
***
Leo sobre giras en Sudamérica y veo que no es el twitter de Pancho Varona y compañía, que anoche andaban en el Luna Park, y que es el de Baskonia, que para por Mar del Plata. Su último partido fue en el Pabellón Islas Malvinas, que es donde España ganó una Davis en 2008 con en plan estrella (del tenis). Espero que alguien de la expedición realizara una ofrenda floral en ese edificio, donde para siempre quedaron los calzones manchados de Del Potro.
Durante el partido del Alavés en Zaragoza, una polémica que salió del confort de la cabina de prensa llegó hasta donde se huele el césped. Vino a decir Lekouna en twitter que ir al Sadar está muy bonito (“postureo”) pero que donde se ve al alavesista de pelo en pecho es en sitios como La Romareda (“territorio comanche”). Generalmente, la prensa es vista como un intruso por el aficionado. Cobramos, tampoco mucho, por lo que el hincha tiene que pagar y además tenemos bastante buenas localidades y encima nos damos el gusto de opinar sobre decisiones sobre las que generalmente sabemos poco. Y a cambio sólo tenemos que aguantar que se nos eche la culpa cuando pierde el equipo y se nos llame desestabilizadores. Por eso al aficionado que renueva su abono cada año y se tiene que pagar la gasolina y la entrada a Pamplona o Zaragoza le tiende a joder que vaya un periodista repartiendo carnets de alavesismo.
Más allá del comentario, es plenamente entendible que la gente evite ir a La Romareda. O que zaragocistas de bien, que los hay, esquiven Vitoria. Andaba yo hace un par de años en Gdansk durante la Euro 2012 a las siete de la mañana, saliendo de un garito de mala muerte, cuando el fulano al que llevaba contando mi vida ya los últimos tres vodkas y ya éramos como hermanos se enteró de que yo era de Vitoria. “Cuando viene el Alavés los de El Ligallo salimos de caza”, me contó orgulloso, quizás esperando mi aprobación porque a sus ojos, un vitoriano con la camiseta de la selección le parecería un extraterrestre. Hizo venir a un camarada suyo para que ratificara una historia de un tortazo que había dado que hizo saltar unas gafas de una acera a otra y no me recuerdo mucho más del día, más allá de que tendría después una resaca espantosa. También en Vitoria cuando llega este partido hay un puñado que se levantan recordando cuánto les gusta el olor a napalm por las mañanas.
Y la verdad es que no tengo ni idea si este factor ejerce un papel disuasorio tan grande como imagino. De lo que sí estoy seguro es de que la gente, en su gran mayoría, prefiere ir a un desplazamiento donde puede pasar el día tomando algo tranquilamente con su camiseta y bufanda, confraternizando con la afición rival y utilizando el fútbol como excusa para disfrutar la vida que a otro sitio donde básicamente va a tener que ir con cuidado de no encontrarse con un hijo de puta como el que me crucé en Polonia. Y por elegir lo primero a lo segundo no se es ni más alavesista ni menos. Ni más hombre, ni menos.
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Lo que fue el partido en sí empieza a demandar el contextualizar la imagen idílica con la realidad. Hasta que se demuestre lo contrario, el partido de El Sadar se debe tomar como un verso suelto en un equipo que sigue siendo disfuncional. El Alavés no consigue ser un equipo consistente durante noventa minutos de juego y todavía no tiene una cara reconocible. A lo largo de la serie, Bart Simpson ha tenido diferentes aventurillas amorosas. En una de las últimas, con una niña desestructurada y desequilibrada mentalmente, Bart sólo le pide “que sea igual dos días seguidos”. Eso precisamente es lo que no consigue el Alavés. Ni siquiera en un mismo partido, como se vio en La Romareda. Si en la primera parte quizás sólo faltó la pegada, la segunda fue un fallo multiorgánico. Desapareció el equipo y concedió demasiado. Si hay gente que después del 1-5 con Holanda hablaba de que hubiera sido otro partido “si Silva marca esa”, supongo que habrá muchos que digan lo mismo de la de Vélez. Es montarse películas y soslayar el momento. El equipo se está enfangando progresivamente víctima de un trastorno de personalidad.
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Por cómo hablan algunos de él, empiezo a pensar que James Rodríguez es un piernas que no sabe jugar al fútbol. Queda muy snob y contracultural el discurso y el batiburrillo en torno a ACS, que esta semana cerró un contrato en Australia de 3.300 millones de euros. Australia, donde el Madrid ni pisa, ni hay jugadores aussies. Que la verdad no estropee novelas bien contadas.
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Leo sobre giras en Sudamérica y veo que no es el twitter de Pancho Varona y compañía, que anoche andaban en el Luna Park, y que es el de Baskonia, que para por Mar del Plata. Su último partido fue en el Pabellón Islas Malvinas, que es donde España ganó una Davis en 2008 con en plan estrella (del tenis). Espero que alguien de la expedición realizara una ofrenda floral en ese edificio, donde para siempre quedaron los calzones manchados de Del Potro.