martes, 10 de abril de 2012

IN MEMORIAM DE GIORGIO CHINAGLIA





Cuentan que un llamativo cartel con la leyenda ‘¡Cuidado con el perro!‘ colgaba de la verja que rodeaba su imponente mansión de estilo mediterráneo de New Jersey. Una cortés pero intimidatoria advertencia hacia sus visitantes. Obviamente, Giorgio Chinaglia no tenía perro. Imagino que llegar a comprender la figura de Long John Chinaglia en toda su extensión no debe de ser sencillo para alguien que, como yo, ni fue coetáneo de él ni conoció de sus andanzas de primera mano. Un tipo que nació en la Italia profunda, que emigró con sus padres a Gales con apenas nueve años, que volvió a Italia y se hizo hombre aupando a la Lazio a ganar el primer Scudetto de su historia y que acabó su carrera deportiva enseñando a los neoyorquinos cómo era aquello de la pelotita esférica y no ovalada. El resumen de su historia no lo haría particularmente especial ni diferente de muchos otros. Pero deténgase el lector en la anécdota. Encontrará la definición de un personaje como pocos.


Nadie como el maestro Enric González describió a aquel Grupo Salvaje que era la Lazio de mediados de la década de los setenta. El equipo dividido en su seno en dos clanes antagónicos y violentamente enfrentados entre sí. El equipo con integrantes abiertamente filofascistas. El equipo que acudía a las concentraciones previas a los partidos con tantas armas de fuego como integrantes de la expedición. Y también, y sobre todo, el equipo que arrimó hacia el costado biancoceleste de Roma el primer gran título de la historia del club, solo dos años después de su último ascenso a la Serie A. Y allí, en mitad del bosque de Bambi, Chinaglia era el capo. El pendenciero al que nadie osaba discutir su autoridad. El triunfador que miraba la vida pasar desde la atalaya privilegiada de su metro ochenta y muchos y sobre su nariz tan itálicamente ganchuda.

Long John tocó techo con aquella Lazio triunfal. Su destacada actuación en aquel campeonato del 74 le llevó a formar parte de la selección italiana que acudió al Mundial de Alemania ese mismo verano. Pero Chinaglia, dueño de un ego del tamaño del Circo Massimo, no terminó nunca de encajar en aquel equipo. Su pasado pendenciero, su tendencia ultraderechista y violenta y su querencia por los líos le habían convertido poco menos que un indeseable a los ojos de la Italia no laziale. Lo culminó con un sonoro y gestual vaffanculo en la cara del seleccionador Valcareggi tras ser sustituido en el partido ante Haiti. Y fue cuando decidió pasar de todo y de todos y embarcarse en una extraordinaria aventura con sede en Nueva York e inolvidable nombre propio: Cosmos. Nunca un nombre definió tan fielmente a un equipo de fútbol.

En la City encontró Giorgio su hábitat ideal. En una ciudad gigantescamente salvaje en la que al menos un millón de sus habitantes eran pandilleros. Igual que él mismo. Su peculiar carácter y las circunstancias de una metrópoli convertida en un hervidero social formaron una perfecta simbiosis. Y Chinaglia acrecentó su leyenda hasta convertirse en el principal foco de atención de aquella pléyade de estrellas que conformaban el Cosmos. Por encima de Pelé (que ya comenzaba a abandonarse físicamente), de Beckenbauer y de Carlos Alberto. Porque su carácter se imponía. Porque él y solo él celebraba sus numerosos goles (máximo goleador histórico de la historia de la NASL) como si estuviese haciendo un favor a la Humanidad. Porque nadie estaba por encima de su figura en aquel club.

Cuentan que en la noche previa a un decisivo partido lejos de Nueva York, Eddie Firmani, técnico del Cosmos, advirtió a sus futbolistas sobre la importancia de aquel compromiso, prohibiéndoles expresamente su adquirida costumbre de salir de fiesta la noche anterior y estableciendo una multa de mil dólares para todo aquel futbolista que abandonase el hotel de concentración durante la noche. Chinaglia, en un gesto que le definía, desafió la autoridad de su técnico, plantándose ante él y preguntando al resto de sus compañeros cuántos estaban dispuestos a acompañarle a conocer la vida nocturna de la ciudad. Cinco alzaron la mano. Giorgio se volvió hacia Firmani y, sacando de su cartera seis mil dólares, le dejó bien claro quién mandaba en aquel vestuario.

Tras retirarse, Long John quiso volver a la Lazio. Pero quiso hacerlo a su particular manera. Se alzó con la presidencia del club a principios de los ochenta y, en apenas dos años, lo único que consiguió fue devolver al equipo a la Serie B. Más tarde lo intentó por la vía coercitiva. Quiso adquirir el club de manera fraudulenta y apoyado por los Irriducibili, el descerebrado grupo ultra de la escuadra romana. Se topó con la justicia. Se le relacionó incluso con la Camorra y se dictó una orden de arresto sobre él. La jugada le salió por la culata. Los tiempos habían cambiado considerablemente y la Magnum 44 que escondía en el bolsillo de su americana ya no causaba el mismo efecto que en los locos años setenta. Chinaglia abandonó. Regresó a Estados Unidos y pasó los últimos años de su vida en Florida, como comentarista de televisión, y sin perder de vista a una Lazio que nunca jamás dejaría de devolverle su amor incondicional.

Giorgio Chinaglia, exfutbolista, pendenciero, luchador, desafiante y camorrista, falleció un primero de abril de dos mil doce en Naples, Florida. Tenía sesenta y cinco años. Sesenta y cinco años de pura anécdota.
http://www.diariosdefutbol.com/2012/04/02/long-john-una-vida-en-anecdotas/#more-27455

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