En homenaje a Iñigo Cabacas
Álvaro Olmedo
Ni lamentos. Ni crespones negros. Ni un minuto de silencio. La muerte de Iñigo Cabacas ha estado teñida de un grado vergonzante de indiferencia por el mundo del fútbol en particular y la sociedad en general.
La noticia de que un joven hincha del Athletic había resultado herido tras el partido de Europa League entre el conjunto bilbaíno y el Schalke pasó sin mayor repercusión. Poco después se supo que su estado era muy grave. El lunes llegó el horrible desenlace. Todo en medio de una falta total de transparencia por parte del gobierno vasco y de la Ertzaintza.
En el lugar donde murió Iñigo no había seguidores del Schalke, no fue una pelea entre aficiones ni tampoco entre facciones de una misma hinchada, solo una trifulca personal. El destino quiso que Iñigo Cabacas se encontrara en esa zona de bares próxima a San Mamés. Un día después de su muerte la autopsia reveló lo que familiares y testigos habían denunciado: Iñigo falleció a causa de un pelotazo de goma lanzado por la policía.
Iñigo Cabacas, de 28 años, podía ser como cualquiera de los miles y miles de aficionados que cada fin de semana acuden a un campo y luego se quedan tomando algo en compañía de los amigos. Esta vez, sin embargo, no ha existido el revuelo mediático de otras ocasiones a su alrededor. Se ha transmitido una sensación de "accidente" que no corresponde a la realidad.
La muerte de Iñigo Cabacas pudo haberse evitado y la responsabilidad no es de los aficionados, rápidamente criminalizados ante cualquier incidente. Esta vez, el silencio.
Nada devolverá a Iñigo a la vida, pero su memoria se puede honrar con justicia, primero, y con medidas, después. Regular y limitar los protocolos de actuación de la policía en los estadios es una cuenta pendiente del fútbol español. Un campo de fútbol y sus alrededores no pueden ser territorios donde la arbitrariedad esté justificada en pro de la seguridad. Que sea el último suceso de este tipo será su mejor homenaje.
http://www.marca.com/2012/04/12/opinion/firmas/1334227475.html
Álvaro Olmedo
Ni lamentos. Ni crespones negros. Ni un minuto de silencio. La muerte de Iñigo Cabacas ha estado teñida de un grado vergonzante de indiferencia por el mundo del fútbol en particular y la sociedad en general.
La noticia de que un joven hincha del Athletic había resultado herido tras el partido de Europa League entre el conjunto bilbaíno y el Schalke pasó sin mayor repercusión. Poco después se supo que su estado era muy grave. El lunes llegó el horrible desenlace. Todo en medio de una falta total de transparencia por parte del gobierno vasco y de la Ertzaintza.
En el lugar donde murió Iñigo no había seguidores del Schalke, no fue una pelea entre aficiones ni tampoco entre facciones de una misma hinchada, solo una trifulca personal. El destino quiso que Iñigo Cabacas se encontrara en esa zona de bares próxima a San Mamés. Un día después de su muerte la autopsia reveló lo que familiares y testigos habían denunciado: Iñigo falleció a causa de un pelotazo de goma lanzado por la policía.
Iñigo Cabacas, de 28 años, podía ser como cualquiera de los miles y miles de aficionados que cada fin de semana acuden a un campo y luego se quedan tomando algo en compañía de los amigos. Esta vez, sin embargo, no ha existido el revuelo mediático de otras ocasiones a su alrededor. Se ha transmitido una sensación de "accidente" que no corresponde a la realidad.
La muerte de Iñigo Cabacas pudo haberse evitado y la responsabilidad no es de los aficionados, rápidamente criminalizados ante cualquier incidente. Esta vez, el silencio.
Nada devolverá a Iñigo a la vida, pero su memoria se puede honrar con justicia, primero, y con medidas, después. Regular y limitar los protocolos de actuación de la policía en los estadios es una cuenta pendiente del fútbol español. Un campo de fútbol y sus alrededores no pueden ser territorios donde la arbitrariedad esté justificada en pro de la seguridad. Que sea el último suceso de este tipo será su mejor homenaje.
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