Por: Alfredo Relaño
02 de junio de 2013
.El último día de 1964 los periódicos llevaban noticia de la mayor sanción impuesta jamás en España a un jugador de alto nivel: 24 partidos a Cortizo, lateral derecho del Zaragoza. El mismo partido acarreaba otras sanciones llamativas: 12 partidos a Otto Bumbel, entrenador del Atlético, y seis a Glaría, jugador rojiblanco. Y tres meses a Gómez Arribas, el colegiado vizcaíno (internacional, por más señas) que había dirigido el partido. No se daba el nombre, se hablaba de sanción a un árbitro de Primera División, pero estaba claro que era él.
¿Qué había pasado? Había pasado que el domingo 27 de diciembre se habían enfrentado en La Romareda el Zaragoza y el Atlético de Madrid. Era la última jornada de la primera vuelta de la Liga 64-65, el Zaragoza llegaba tercero y el Atlético, segundo. El de aquellos años era un gran Zaragoza, que jugó cuatro finales de Copa consecutivas, de las que ganó dos. En la Liga le faltó regularidad y perseverancia, sobre todo fuera de casa. Era el Zaragoza de los Cinco Magníficos, si bien para ese partido le faltó uno de ellos, Villa, al que sustituyó el extremo Encontra, pasando Lapetra a interior. Los otros tres, Canario, Santos y Marcelino, estuvieron, como el resto de titulares. También el Atlético era estupendo por esos años. Presentó un ataque formidable: Ufarte, Luis, Mendoza, Adelardo y Collar.
El partido, jugado en una tarde muy fría y con lleno hasta la bandera, prometía y cumplió. Leyendo las crónicas, se evoca un fútbol brioso, bien jugado, con detalles de calidad y alta tensión, producto en gran parte del mal arbitraje. Gómez Arribas debió de hacer uno de esos arbitrajes que consiguen enfurecer a las dos partes, porque repartió errores y consintió una dureza creciente.
Hubiera sido un partido más de los que quedan en el olvido si no llega a ser por el incidente final y su corolario. Luis adelantó al Atlético en el minuto 12, pero el Zaragoza no dejó que la ventaja se le secase encima y en el 18 había empatado Encontra. El mismo Encontra (¡caray con el suplente!) puso 10 minutos antes del descanso el 2-1. Y mediada la segunda parte, una dejada de cabeza de Marcelino fue aprovechada por Lapetra para hacer el 3-1. Todo en medio de un partido movido, tan lleno de detalles de calidad como de golpes. Hubo trabajo para los dos masajistas. Collar se las tuvo tiesas con su marcador, Cortizo. Los roces entre ambos ya habían dado que hablar en partidos anteriores. Collar era un extremo magnífico, hábil, veloz e inteligente. Y nada cobarde. No era de los que se amilanaban ante la dureza, sino que respondía encarando una y otra vez, y con planchazos si era preciso.
Quedaba poco para el final, Canario acababa de estrellar un balón en el larguero en un contraataque cuando se desencadenó la catástrofe: una entrada de Cortizo da con Collar por tierra. Le retiran en camilla entre dramáticos gestos de dolor que el público (y el árbitro, por lo que se verá luego) consideran teatro. Le abuchean e increpan cuando sale en camilla. Pronto llega el final y se desata el pandemónium.
Los atléticos, que sí han percibido como sincero el dolor de su compañero, se retiran alterados. El trato dado a Collar, los propios gestos de Gómez Arribas al exigir su retirada rápida (en la acción ni siquiera había apreciado falta) se suman a la decepción por la derrota. Se sienten, además, perjudicados por el arbitraje durante todo el partido. Glaría le increpa. “¡Cuánto dinero llevaba el sobre que te ha dado el Madrid!” (El Madrid estaba un punto por delante del Atlético al empezar la jornada). Otto Bumbel, el entrenador rojiblanco, le acusa a su vez de tener la culpa de todo lo ocurrido.
Pero lo peor está por llegar: Gómez Arribas, confirmando que no se ha creído nada, insiste en que Collar, capitán del Atlético, tiene que presentarse para firmar el acta. Eso hace que la indignación de los rojiblancos suba de tono, porque para ese momento ya saben que hay fractura de tibia, delatada en la primera exploración. En una decisión delirante, Gómez Arribas insiste y exige que, caso de no acudir el capitán sino algún otro, el club debe presentar antes un certificado médico de lesión tan grave que impida al jugador recorrer esos pocos metros. El colmo.
Los días siguientes el calentón sube de tono. El lunes se informa de que Collar tiene una “fractura estrellada con desplazamiento”. Lo de “fractura estrellada” sugiere un impacto muy fuerte en el punto que se ha quebrado. En Zaragoza se insiste en que la jugada es fortuita y se acusa al Atlético de no saber perder. El martes, el Atlético anuncia que solicitará un informe completo sobre todo lo que ha ocurrido en Zaragoza. Sale a relucir que Gómez Arribas había comenzado la temporada como recusado por el Atlético. Pero aún así arbitró ese partido. ¿Por qué? Arturo Manrique, secretario del club, explica que dentro del ambiente de amnistías por los XXV AÑOS DE PAZ se creyó oportuno levantar la recusación. El ambiente es terrible cuando el Comité de Competición se reúne el miércoles. La foto de Collar, en la cama, mirando la radiografía de su tibia quebrada, causa impacto. Y el Comité resuelve sacudiendo a Tirios y a Troyanos con una salva de sanciones sin antecedentes ni consecuentes en Primera División.
A Cortizo le caen 24 partidos de suspensión, aplicando con el máximo rigor el artículo 100, apartado H, número 2, que textualmente dice: “Suspender de 12 a 24 partidos cuando por agresión, juego violento o peligroso se ocasionase a otro jugador lesión que le impida continuar en el juego”. Al entrenador Otto Bumbel le caen 12 partidos, a Glaría, seis, en ambos casos por insultos al árbitro. También se decide “suspender por tres meses a un árbitro de Primera División”. No se especifica el nombre pero se entiende, y así será, que se trata de Gómez Arribas.
Las reacciones fueron de irritación por las dos partes. Al Atlético, por los seis partidos a Glaría y los 12 a Otto Bumbel (entonces se impedía al entrenador incluso dirigir entre semana, cosa que con el tiempo se fue haciendo imposible), que le complicaban en su persecución al Madrid. En cuanto a Zaragoza, se entendió que los manejos del Atlético en la Corte habían señalado a Cortizo como autor de algo infamante, cuando en la ciudad se sostenía, y se sigue sosteniendo, que la jugada fue fortuita.
Waldo Marco, presidente del Zaragoza, retira a sus representantes de la Federación con una dura nota de protesta, en la que recuerda que el árbitro escribió en el acta que no hubo intencionalidad. Pero la sanción se mantuvo. En el siguiente partido en La Romareda, ante el Deportivo, hay pancartas como: “Queremos que se haga justicia… aunque seamos de provincias”. O esta otra: “Con este Comité, sobra la Competición: los de Madrid, campeón”, en la que la licencia sintáctica se perdona por la fuerza del mensaje.
Travesuras del fútbol, la final de Copa de aquel año la jugaron el Atlético y el Zaragoza. Fue en el Bernabéu y jugó Collar. Tras cinco meses de baja, había reaparecido a primeros de junio en Valencia, en el partido de ida de cuartos. La final era su quinto partido desde el regreso. Ganó el Atlético 1-0, gol de Cardona, y Collar, capitán, subió a coger la Copa de manos de Franco. Cortizo no pudo jugar. Aquella final hacía justamente el partido número 24 de la sanción.
En puridad, a Cortizo aquello le costó la carrera. Aún siguió la 65-66 en Zaragoza, pero señalado. Era abroncado en todos los campos. El Zaragoza fichó al joven y prometedor Irusquieta, del Indauchu, que se hizo con el puesto. Cortizo se fue al Jaén, donde cayó en el olvido. Hoy todavía defiende su inocencia. Collar, por el contrario, sigue sosteniendo que la entrada fue una enormidad. Quizá. Pero lo cierto es que ni antes ni después hubo una sanción así. Lo que sí ha vuelto a haber han sido lesiones graves. ..
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