Ese bastardo malnacido en 2006 que ha usurpado la personalidad y el nombre
del Real Zaragoza para dilapidar sus propiedades deportivas, económicas y
sociales, seguirá como mínimo un año más en Segunda División. Ningún aficionado
se reconoce en la criatura y la repudia, pero existen unos lazos de sangre
históricos que impiden la ruptura sentimental incluso en la lejanía física. Y
aun produciéndose un hipotético rechazo masivo de la hinchada, existe un factor
que engarza a fuego el destino las dos versiones de la institución, la anterior
y la posterior a Agapito Iglesias: en la competición van de la mano, en este
caso hacia el abismo.
La maldición tiene ya connotaciones de castigo bíblico, de plaga cotidiana con una carga mucho más destructiva que didáctica. Además, la cirugía que pretende aplicar uno de los aspirantes a la compraventa contempla la conservación del cordón umbilical, es decir de que el flujo tóxico de intereses personales prevalezca sobre la recuperación de los valores y la honestidad gestora como punto de partida hacia una cura progresiva.
Mientras se producen o no movimientos concluyentes en uno u otro sentido, hace ya un par de días que se ha confirmado que el equipo no regresará a Primera. Nadie se ha dignado a aparecer en escena para, aunque sea con el habitual tono fariseo de los últimos ocho años, pedir perdón por un fracaso monumental. El primero debería haber sido Agapito Iglesias. Nada justifica su silencio, que se toma ya como moneda de pago común cuando en realidad se trata de otro de sus vergonzantes y cobardes desplantes.
La cobardía y falta de respeto distinguen al empresario soriano, una bajeza moral que se ramifica entre sus colaboradores. Ni García Pitarch, ni Cuartero, ni Moisés, ni Checa, se vayan o sigan en sus cargos, han tenido el decoro de asumir, aunque fuera a título personal, esa responsabilidad con la masa social. Ni una disculpa. Ni una palabra. Es un triunfo más de este Zaragoza infame sobre el Real Zaragoza que lucha por sobrevivir a duras penas bajo la capa de mierda del bastardo.
La maldición tiene ya connotaciones de castigo bíblico, de plaga cotidiana con una carga mucho más destructiva que didáctica. Además, la cirugía que pretende aplicar uno de los aspirantes a la compraventa contempla la conservación del cordón umbilical, es decir de que el flujo tóxico de intereses personales prevalezca sobre la recuperación de los valores y la honestidad gestora como punto de partida hacia una cura progresiva.
Mientras se producen o no movimientos concluyentes en uno u otro sentido, hace ya un par de días que se ha confirmado que el equipo no regresará a Primera. Nadie se ha dignado a aparecer en escena para, aunque sea con el habitual tono fariseo de los últimos ocho años, pedir perdón por un fracaso monumental. El primero debería haber sido Agapito Iglesias. Nada justifica su silencio, que se toma ya como moneda de pago común cuando en realidad se trata de otro de sus vergonzantes y cobardes desplantes.
La cobardía y falta de respeto distinguen al empresario soriano, una bajeza moral que se ramifica entre sus colaboradores. Ni García Pitarch, ni Cuartero, ni Moisés, ni Checa, se vayan o sigan en sus cargos, han tenido el decoro de asumir, aunque fuera a título personal, esa responsabilidad con la masa social. Ni una disculpa. Ni una palabra. Es un triunfo más de este Zaragoza infame sobre el Real Zaragoza que lucha por sobrevivir a duras penas bajo la capa de mierda del bastardo.
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