PACO GIMÉNEZ
El Real Zaragoza jugó ordenado pero careció de pegada ante el gol en un partido muy igualado. Jorge López y, sobre todo, Marco Pérez, fallaron dos tantos cantados.
No estuvo mal, pero pudo y debió ser mejor. El empate con el que el Real Zaragoza se estrenó en esta Liga 2010-11 ayer en Riazor supo a poco una vez visto el perfil del rival. Sobre todo en la segunda mitad, los aragoneses desperdiciaron una magnífica oportunidad para haber roto el gafe que persigue al equipo blanquillo desde hace 30 años (1980), momento en el que logró el último triunfo fuera de casa en un inicio de temporada.
El Deportivo de La Coruña, otrora grande del fútbol patrio, mostró ayer una preocupante cara para los suyos. Y, dentro de la igualdad que presidió un choque entre equipos de corte muy parejo, dejó resquicios suficientes como para que los zaragocistas hubieran comenzado el torneo con un flamante éxito a domicilio. Por muy poquitos detalles, los de Gay fueron mejores en estas tablas que se cantaban desde los albores del duelo. Pero las dos clarísimas ocasiones de gol que supo generar el plantel zaragozano las echaron a la basura Jorge López y, sobre todo, Marco Pérez, evitando así la suma de tres puntos que habrían venido de perlas a un equipo que todavía está por rematarse desde los despachos en las próximas 40 horas.
El encuentro quedó marcado por la acción del minuto 73 en la que el protagonista fue el debutante colombiano Marco Pérez. Costará olvidarla, sobre todo al joven ariete. A bocajarro, a medio metro de la raya de gol, sin portero, solo para empujarla tras un centro preciso de Obradovic, La Sombra despejó hacia afuera en vez de rematar hacia las redes. Increíble pero cierto. La gente se pellizcaba en la grada y los zaragocistas no daban crédito cuando el gol ya se gritaba.
Semejante yerro fue el corolario a una serie de amagos sin pegada de un Zaragoza que se impuso en el juego al Dépor en los segundos 45 minutos a base de orden y, seguramente, gracias a un mejor fondo físico en estos principios del curso. Antes del fiasco de Pérez, la otra acción de gol marrada de manera desgraciada la tuvo en sus botas Jorge López, pero no contactó con el balón cuando, a quemarropa, tenía todo a favor para fusilar a Manu después de una excelente acción de Bertolo que había iniciado -de nuevo- un activo Obradovic por su banda izquierda. Era el minuto 60.
Esos dos fallos son las dos fotos que quedaron grabadas a fuego en las mentes de los zaragocistas en este plano y arrítmico partido. Dos recuerdos agrios que debieron ser dulces para poder analizar este choque de otra manera bien distinta. Si se llega poco arriba y las escasas ocasiones en que se hace se malgastan de forma tan clamorosa, es normal que el regusto de un partido como el de ayer en Riazor no sea redondo.
El Zaragoza tiene orden. Eso es indudable. Pero solo con eso no le sirve para ser un equipo eficaz. Gay necesita introducir muchos matices (en todas las líneas) para lograr el empaque suficiente a un grupo demasiado obsesionado con los posicionamientos, los relevos, las coberturas y los cierres y muy poco ágil de mente cuando ha de tirar con el balón hacia el área rival.
De esta forma ahora descrita transcurrió, por ejemplo, toda la primera mitad. El resultado global de tanta aplicación táctica por parte de todos los protagonistas (los del Dépor se afanaron en lo mismo), fue un pestiño de partido. Un pésimo espectáculo futbolístico, acaso solo seguible por quienes sienten algo por los dos equipos que contendían ayer en Riazor. Para alguien ajeno a gallegos y aragoneses, lo lógico era desconectarse del evento en pocos minutos. De puro aburrimiento.
Solo Marco Pérez, en el minuto 10, y el local Guardado, en el 24, obligaron a los porteros adversarios a mancharse la indumentaria. El colombiano, aprovechando un buen balón largo de un intermitente Ander Herrera, disparó desde la frontal a la primera obligando a Manu a rechazar con algún apuro. El mexicano deportivista hizo lo propio en el otro lado tras una jugada diagonal, pero su obús desde el borde del área se encontró con Leo Franco.
Y nada más. Un querer y no poder de unos y otros. Un constante ir y venir del balón en la zona medular sin que ni locales ni visitantes dieran cinco pases seguidos. Ponzio y Gabi no dieron flujo de juego con sus acciones. Ander Herrera se venía atrás en busca de contactar con la pelota, pero en escasas ocasiones logró hallar combinaciones útiles con sus colegas. Jorge López no encontró el tono necesario para destilar peligro por su banda y Bertolo, que empezó muy bien y tuvo fases aisladas de brillo en el segundo tiempo, acusó no estar aún al cien por cien físicamente y manifestó lagunas demasiado largas en su participación colectiva.
Obradovic, que en el primer tiempo sufrió atrás más de la cuenta con Urreta, el mejor deportivista durante la primera media hora (Bertolo debió ayudarle más en labores defensivas), se erigió tras el descanso en el principal estilete zaragocista con sus penetraciones profundas en sus subidas al ataque. Sus compañeros de defensa apenas padecieron ante una delantera cuasi inexistente. Jarosik -el más contundente-, Contini y Diogo, borraron del mapa a los blanditos Adrían, Míchel, Valerón e, incluso, Guardado. Solo Riki, cuando salió, pareció incordiar algo a una zaga blanquilla que vivió una tarde la mar de plácida. Franco, por supuesto, excepto en esa acción antes citada y un remate de Colotto en el segundo tiempo a la salida de una falta, también tuvo un debut calmado.
Gay no halló ayer soluciones en el banquillo. Lafita salió demasiado tarde y no entró en juego. Braulio y Edmilson fueron sustituciones anecdóticas. Es lo que hay. Poca cera para una procesión tan larga como es la Liga española. Agapito, Prieto y Herrera, con sus agentes de cabecera, tienen unas horas para rematar una faena dura, pero crucial, para el futuro de un equipo de soldaditos muy escaso de tipos con galones. Ayer quedó patente el diagnóstico: mucho orden, poca pegada.