martes, 3 de diciembre de 2013

WELSH, LEITH Y LOS HIBS

Este verano han pasado cosas muy importantes. Me redujeron la jornada laboral por los recortes y me veo obligado a vivir con quinientos euros al mes. Me dejó por teléfono mi novia, de la que estaba profunda y absurdamente enamorado. Intenté hacer salmorejo, por primera vez en mi vida, con un resultado que quedó más cerca de Saw V que de Master Chef. Y, sobre todo, leí Trainspotting, Porno y Cola de Irvine Welsh. Por eso cuando busqué un billete barato para salir unos días de este país que, gracias a la inutilidad y a la poca vergüenza, parece un queso emmental; no dudé en elegir Edimburgo para pasar mis vacaciones al tímido sol escocés.
Los personajes de Welsh se mueven cómodamente entre las pocas cosas que en esta vida tienen importancia: alcohol, sexo y fútbol. Edimburgo es el álbum infantil donde pegar los cromos. En Edimburgo conviven a gritos, como una pareja que hace tiempo que no se quiere, dos equipos: Heart of Midlothian e Hibernian FC. No hace falta leer demasiado una de las novelas que nombro para saber con cuál de los dos hay que ir. Si algo nos ha enseñado el fútbol es que, puestos a jugar a esa estupidez de ser de un equipo de forma artificial, es decir, no con el corazón sino con el cerebro, lo mejor es elegir el más lamentable. No es lo mismo ser del United que del City. Ser de los primeros es vivir en el éxito, ser de los segundos es ser un tierno outsider. No es lo mismo ser del Bayern Munich que del St. Pauli. Ser de los primeros es aplaudir el poder del dinero y ser del segundo es presumir de alternativo progresista. En los dos equipos de Edimburgo la diferencia está menos clara: los dos son equipos perdedores. Pero el Hibernian, quizá, está un peldaño más abajo en esa escalera húmeda y apestosa que es el fútbol escocés.
Hibernian es el equipo de los de Leith. Leith es el barrio donde Renton, Sick Boy, Spud y compañía se chutaban en Trainspotting. También donde el pobre Gally, el íntegro Birrell, el salido de Juice Terry y el atormentado Carl pasaron su infancia. Leith está al norte de la ciudad, lamido por el mar. El puerto abandonado por el progreso. Cuando estuve allí elegí un día lluvioso para subir a Leith Walk. Me levanté temprano. Di los buenos días a los indios con los que compartía habitación en el hostal en Cowgate. Y caminé abriendo el mapa bajo los soportales para no perderme. Fue un camino extraño. Vi un coche arder, me pareció parte de una novela. Cuando llegué a Great Junction Street pensé en los personajes que me habían acompañado durante los meses de lectura. Pensé que no estaría mal vivir allí. Busqué una tienda donde comprarme una camiseta, una bufanda o alguna bobada de los Hibs. No encontré nada. Los restaurantes hindúes copaban la calle. Tomé un café en un sitio extraño. Me atendió una chica. “¿español, no?”. Me reconoció por mi patoso inglés. Hablamos un poco bajo la atenta mirada de su jefe chino. Ella era de Granada. Quise decirle que si la recogía al terminar el turno para tomar unas pintas pero me dio vergüenza. Un personaje de Welsh lo hubiera hecho.
George Best Hibs
Olvidé mirar donde estaba el estadio (Easter Road, era fácil de recordar) y pensé encontrarlo fácil por allí. Anduve un buen rato, llegué a The Shore, vi el océano estático con su brillo metálico, fundido con la niebla. Ni rastro del campo. Decidí abandonar el barrio, sin camiseta y sin estadio, para visitar Holyrood Park. Miré el manoseado mapa, imposible de doblar y mordido por los bordes. Lochend Road parecía el camino más corto.
Los Hibs visten de verde y blanco. Casi como el Córdoba, pensé. Es absurdo tener antes una camiseta del Hibernian que la de mi propio equipo. Mi vida y su guión escrito por monos como en un capítulo de Los Simpsons. La lluvia frenó un poco y me dio tregua para bajar hasta Arthur´s Seat. Los Hearts visten con el color de la mermelada de fresa. Por eso les llaman jambos. En las novelas de Welsh todos odian a todos. Pero lo de los Hearts es patológico. George Best jugó en el Hibernian, no creo que sea casualidad. Bajaba por Lochend dejando atrás casas idénticas y sin vida. Miraba a todos lados como un turista. Como lo que era. Como un japonés en el Prado. Y allí estaba, a la derecha, el estadio tan feo y cuadrado como podía esperarse. Me acerqué tímidamente. No creo en los templos. Pensé en un Arcángel escocés por los senyera del Barça. No pateaba ningún balón. Sólo estaba allí, en medio del jardín de su casa. A lo mejor nunca había ido al estadio que estaba a diez minutos andando de su calle. No creo que Messi pise alguna vez ese césped. De lejos parecía uno de esos campos abandonados donde salen jaramagos en el círculo central y flores amarillas bajo los palos. Donde la naturaleza vence al cemento. Con pintadas y yonquis forzando la puerta de las taquillas para chutarse. No sé como Welsh no pensó en eso.
colores. Allí a lo lejos. Con el cielo más gris y los niños más rubios. Volví a Lochend, después a Marionville, y me fui alejando de todo aquello. Vi a un niño escocés con la camiseta de la
A la tarde quedé con un amigo. Trabaja en Ryanair. Le pregunto por el fútbol. Él es de Sevilla y bético. Estamos en una ciudad donde juega un equipo que va de verde y blanco dos chicos cuyos equipos son verde y blanco y blanco y verde. Pedimos dos pintas de Tennent’s y el dorado acabó con la estupidez cromática. Nunca ha ido al fútbol en Edimburgo. Ya lleva allí un año. Le pilla lejos, vive cerca del aeropuerto, en Corstorphine. Tampoco se muestra muy entusiasmado. “¿Dónde puedo comprar una camiseta de los Hibs?”, le pregunto. “Es más fácil encontrar una escocesa guapa que una camiseta del Hibernian en esta ciudad”. Nos reímos y paso al plan B: tendré que comprarme una camiseta del Córdoba cuando vuelva a España.
http://www.diariosdefutbol.com/2013/10/05/welsh-leith-y-los-hibs/

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