PACO GIMÉNEZ.
El Real Zaragoza inicia hoy su camino en el torneo copero en el campo del Betis, el líder de Segunda. Gay insistirá con el sistema de 5 defensas en busca de hallar el camino de los triunfos. En verano, la Copa era un reto que ahora ha quedado devaluado.
En medio del alboroto de la Liga, con el Real Zaragoza colista y sin conocer aún el gusto de la victoria tras dos meses de competición, surge de repente la Copa del Rey. La cita es esta noche en Sevilla, en el histórico campo del Betis, que precisamente hoy se rebautiza con su anterior nombre, Benito Villamarín, y destierra para siempre el de Manuel Ruiz de Lopera, quien ha sido su peculiar mandamás en la última época llena de colvulsiones y polémicas en el ámbito del simpático club verdiblanco. Se trata de la ida de los dieciséisavos de final, que concluirán con el duelo de vuelta dentro de quince días en La Romareda.
El rival zaragocista, esta vez, es de segunda categoría, aunque solo sea porque así lo dice su rango deportivo contemporáneo. El Betis se cayó a Segunda División hace dos años (el año siguiente al Zaragoza) y, lamentablemente para ellos, se quedó enganchado en el infierno la campaña pasada sin lograr el ansiado ascenso de la mano de un impotente Víctor Fernández, que acudió en su ayuda sin éxito en su segunda época en Heliópolis.
Pero no está nada claro quién ostenta ahora mismo una mejor salud futbolística, si el colista de Primera, el desesperado e histérico Zaragoza, o el líder de Segunda, un Betis potente en su división que no conoce la derrota y que ha iniciado el curso con la intención de no volver a fallar en su obligado retorno a la élite.
Al Real Zaragoza, la Copa le llega en un momento de máxima incandescencia interna. Con los nervios a cien por hora por el descarrilamiento que se está produciendo en la Liga. Y con Agapito y sus asesores en estado de hiperventilación ante lo que se les puede estar avecinando de no mediar ya mismo una reacción del equipo que lo devuelva a la vida.
Nadie lo va a decir públicamente, pero la Copa supone ahora mismo un estorbo mayúsculo para el equipo blanquillo. Nadie va a tener valor de reconocerlo de cara porque no hace ni dos meses que, a finales de agosto, se seguía insistiendo en que, este año sí, la Copa iba a volver a ser un objetivo preferencial en el proyecto del quinto año del agapitismo, como en los viejos tiempos de la entidad.
Presidente, director deportivo, entrenador y, por extensión, los jugadores, así lo fueron manifestando sin rodeos en sus ruedas de prensa y entrevistas durante la canícula. La campaña 2010-2011 debía de transitar con calma en la Liga, sin los vértigos y riesgos de electrocución del año pasado y, a diferencia de lo sucedido en el último lustro, el equipo debía salir con los cinco sentidos en busca de una nueva final de la Copa del Rey.
"El Zaragoza es tradicionalmente un equipo copero y lo va a demostrar", dijo Agapito un día de julio en el que soñó con verse en un palco junto al Rey, como en su día hicieron los Soláns (padre e hijo), Ángel Aznar, José Ángel Zalba o Waldo Marco (éste, con el anterior Jefe del Estado). Desde su llegada, por hache o por be, la andadura del Real Zaragoza en la Copa ha sido corta y de agrio paladar año tras año. Y ya que en la Liga, dadas las penurias de la entidad, está asumido que pasará mucho tiempo (en el mejor de los casos) hasta que se vea de nuevo a un Zaragoza pujante a base de regularidad, Agapito soñó que a través de la Copa, de ocho partidos bien jugados y con una pizca de fortuna en los sorteos, podría llegar el brillo puntual a su gestión general.
Evidentemente, con la que está cayendo, si alguien dentro del club todavía mantiene a esta hora ese guión en la cabeza, es que vive en la Luna. Es de máxima urgencia reaccionar en la Liga para evitar una muerte súbita que acecha en primera línea del horizonte. Y despistar atenciones, fuerzas e ímpetus en una segunda competición cuyo éxito final es extremadamente complicado aun en épocas de bonanza, no deja de ser un lujo asiático para una SAD y un equipo como es el actual Real Zaragoza. Por ejemplo, el Betis, rival de turno, piensa exactamente así. Y por eso, esta noche, el equipo de Gay va a enfrentarse a un equipo irreconocible respecto del que está avasallando en la liga de Segunda, con tan solo dos titulares en el once inicial: Iriney y Emana. El resto, todo suplentes. Cuestión de prioridades y de sentido común.
Banco de pruebas para Gay En el bando zaragocista, el partido tiene más valor por la carga negativa que podría seguir añadiendo a la tortuosa trayectoria del equipo en este inicio de temporada en caso de una nueva derrota, que por cualquier otra cosa.Gay, que está en el alambre asomado al abismo de su destitución, no puede permitirse el lujo de aparentar (al estilo de su colega Mel) que devalúa voluntariamente el valor de este partido.
Por eso, el técnico zaragocista va a armar una alineación mixta, con titulares entremezclados con algunos de los que en los últimos partidos han estado fuera del equipo (Edmilson, Jorge López, quizá Marco Pérez). Y, sobre todo, va a usar este entremés copero previo al crucial partido liguero del sábado en Valencia (ese sí es el verdadero choque decisivo de esta semana) para seguir ensayando -sin red- el sistema de cinco defensas, con tres centrales y dos laterales (un 5-3-2) que, al parecer, dejó buenas sensaciones internas en su puesta de largo ante el Barcelona, pese a la derrota final.
Los efectos positivos que puede generar el intempestivo duelo de esta noche (incluso por la hora, las 22.00) se cifran en el impulso moral que aportaría una victoria zaragocista. No daría puntos, la única medicina que ahora se necesita, la única útil, pero al menos rompería una dinámica fúnebre que ya es empalagosa.
A menos de 72 horas de la reválida vital de Valencia, aparece la añorada e idílica Copa de Agapito y los demás. Pero llega a contrapelo. Habrá que ver para qué sirve. La solución, en la medianoche.