miércoles, 25 de mayo de 2011

ARRASANDO VALENCIA

Pedazo artículo escrito por algún becario fumado extraido de http://www.linformatiu.com/esports/detalle/articulo/sudor-frio-en-las-gradas



Sudor frío en las gradas

El sábado el Zaragoza consiguió la permanencia en Orriols con la presencia en las gradas de 11.000 seguidores maños. Un partido decisivo en la lucha por la permanencia que el Llevant había conseguido la semana anterior en Mestalla. La afición granota, sin embargo, no pudo celebrar la gesta como merecían sus jugadores, por culpa del deficiente dispositivo de seguridad del partido.

Falta hora y media para empezar el partido. Dos jinetes de la policía nacional, en paralelo, arrastran del cuello, cada uno de un brazo, a un zaragocista que roza el delirium tremens. Los caballos están asustados, casi tanto como los pacíficos levantinistas, niños y ancianos muchos de ellos, que se ven sorprendidos por su presencia imponente, en el entorno de La Tenda granota. Los policías rebañan al chaval contra el asfalto, como un trapo, junto a los furgones policiales. Poco antes una lluvia de botes de cerveza había caído sobre un grupo de antidisturbios. En el entorno de las taquillas una marea zaragocista lo invade todo. Todos están contentos, algunos buscan la complicidad de los granotes, muchos tropiezan a cada paso, borrachos como cubas. La mayoría son pacíficos, pero se respira tensión. Porque están mezclados con los tranquilos granotes que acuden a sus localidades o al entorno de la Tenda, como cada día de fútbol. El alcohol traza una línea fina entre la broma y la insolencia, entre la conversación educada y la discrepancia violenta. No sólo buscan complicidad. Ni tratan de conquistarla. La exigen. Los que han vivido situaciones saben que el alcohol prende con una chispa, cualquier chispa, por insignificante e inocente que parezca. Ante la alta graduación del ambiente y la tensión latente, sorprende la escasa presencia policial.

En el entorno del Bar Avenida granotes y zaragocistas comparten unas cervezas en aparente harmonía una hora antes del partido. Amuntgranotes se concentra allí para iniciar el reparto de su flamante programa de mano, “Desde Orriols”. Los Ligallo llevan horas campando a sus anchas por los aledaños del estadio, sin ningún control policial, preguntando a los levantinos con que se cruzan dónde se reúnen Ultras Levante o lo que quede de Força Llevant. Quieren guerra —contra quien sea— y amenazan impunes a quien se cruza en su camino. Aterrizan en el entorno del Bar Avenida y prenden la chispa: sin mediar provocación, agreden y provocan a varios miembros de Amuntgranotes que, sin entender nada, tratan de poner paz. Entonces una horda de salvajes se lanza a machacar a un levantino que ha caído al suelo. Son una falange de patadas, puñetazos y golpes asesinos. Para evitar el homicidio, Voro Vendrell, presidente de Amuntgranotes, y otros levantinos, tratan de interponerse pero sólo reciben golpes. La afición maña presente, muy mayoritaria, asiste impertérrita al espectáculo, sin intervenir ni interceder. De repente la turba se disipa y queda un cuerpo yacente, inerme en el suelo, con la cabeza y una parte del tronco incrustada entre las ruedas de una furgoneta. Tarda unos minutos en reaccionar. ¡Está vivo! Pero es una estampa difícil de olvidar. A pesar de haberla presenciado mil veces por televisión. Es la cara más vergonzosa del fútbol. Su cáncer. A menos de 70 metros están los antidisturbios y una ambulancia. Los primeros tardan diez minutos en llegar, pese a los caballos. Demasiado frentes para tan pocos. El Samu espera no se sabe muy bien a qué —tal vez a que la policía pacifique la zona— y no arranca a socorrer al muchacho.


Una afición pacífica, hospitalaria y familiar, como la granota, acudió a su estadio a ver un partido de fútbol y a felicitar a su equipo por la salvación conquistada. Sin embargo, demasiados granotes acabaron acoquinados y atemorizados.

El grueso de la afición del Zaragoza llegó a mediodía a Orriols y vació hasta los floreros de los bares de la zona. Algunos tuvieron que cerrar porque agotaron todas las existencias, a pesar de las previsiones. El Bar Avenida, por ejemplo, echó la persiana para reponer existencias y volver a abrir. En otros bares de la zona igual. Saltaba a la vista que una parte considerable de la hinchada maña no estaba en condiciones de entrar al Ciutat, pero las normas de seguridad en Orriols —y en general en todos los estadios españoles— son una pura pantomima. Se prohíbe cualquier domingo entrar una botella de plástico de agua de medio litro, pero se hace la vista gorda a la norma que prohibe entrar mostrando signos de embriaguez. Si esta permisividad consentida no fuera una cosa habitual, los ¿3.000? —por poner una cifra aproximada— borrachos que entraron en Orriols se hubieran pensado muy mucho perder el precio de la entrada y quedarse sin partido, cociéndose en alcohol desde horas antes. Como la impunidad con esta norma se ha convertido en costumbre, los aledaños y el propio estadio fueron una bomba de relojería, con muchos incidentes de diversa intensidad antes del partido y ya dentro del estadio, donde se ultrajaron de forma flagrante los derechos intocables de numerosos socios granotes, acongojados y amenazados en sus asientos habituales.

La situación se complica mucho más cuando, en un partido de alta tensión como éste, la afición rival está dispersa por todo el estadio, básicamente en las zonas no asignadas a socios del Llevant: gran parte de Alboraya, la zona norte y alta de Grada Central y las esquinas de Orriols. Esta situación sólo se da en el Ciutat de Valéncia y se explica por dos motivos: los cerca de 12.000 socios del club apenas cubren la mitad del aforo; y el Llevant, por su situación económica, se ve en la necesidad de aprovechar situaciones como la del pasado domingo —o la de los títulos de Liga del Barça de este año y de 2005— para hacer caja. Que 11.000 seguidores rivales no estén concentrados en una zona del campo en un partido como el del sábado, representa una gravísima amenaza a la seguridad, intolerable en cualquier otro estadio de Europa. Un alto riesgo para la la afición local, sobre todo. De hecho, para muchos granotes, ubicados en las zonas con mayoría zaragocista, el partido fue una auténtica pesadilla. Algunos tuvieron que abandonar el estadio antes de hora; otros temían por sus vidas si el Llevant remontaba el resultado; algunos fueron interepelados, amenazados o acorbardados por grupos de maños ebrios… Y la mayoría sintió miedo hasta de celebrar el 1-2 de Stuani.

Imaginen la situación para los que además tenían a su cargo niños pequeños o personas mayores. El Llevant es un club especialmente familiar e intergeneracional. Espectáculos como el del sábado atentan contra la propia esencia de la afición blaugrana, piedra angular del potencial crecimiento del club. ¿Qué hubiese sucedido en Orriols el sábado si tras el gol de Stuani (80’), el Llevant hubiese mandado al Zaragoza, en buena lid deportiva, a 2ª? Mejor que no sucediera debieron pensar, además de muchos aficionados granotes, las fuerzas de seguridad, los miembros de Protección Civil, la directiva del club y sobre todo los responsables públicos que deben velar por la seguridad en los recintos deportivos. ¿No es esto, en su conjunto, una clara adulteración de la competición? ¿Quiénes son los responsables de que se diera una situación así?

1. El principal, sin duda, son las autoridades públicas. El dispositivo policial era ridículo ante el desplazamiento de una afición rival de 11.000 personas. En el entorno del estadio apenas había 30 antidisturbios y un puñado de policías locales que poco podían hacer, aparte de rezar para que no hubiera incidentes. Se infringió además de forma masiva y flagrante, durante muchas horas, la prohibición de beber alcohol en la calle, una normativa que si tiene algún sentido es precisamente en situaciones como ésta.

2. La seguridad privada del estadio consintió el acceso a miles de personas ebrias, algo inadmisible y que, sin embargo, tal vez tuvo relación con el primer punto. Sospechamos que los responsables de la seguridad pública optaron por consentir un mal menor para evitar los incidentes que podían haber provocado 2.000 o 3.000 personas ebrias sin poder acceder a Orriols. Subestimaron, sin duda, el peligro que éso supuso dentro del estadio, en el caso, insistimos, en que el Zaragoza hubiese perdido el partido.

3. El club, pese a todos los atenuantes, debió concentrar a la afición rival en una zona del estadio y arbitrar, como sucede en todos los estadios, las medidas necesarias para evitar la entrada masiva de rivales en las zonas reservadas a la afición local. Es la 3ª vez que esto ocurre en Orriols y sigue sin abordarse esta situación para garantizar la seguridad de los socios locales. El club debiera reservar el Gol Alboraya —e incluso una parte acotada de la Tribuna norte— para ocasiones especiales como el sábado o el día del Barça y eso se debería preveer en la campaña de pases para que los socios de estas zonas tuvieran garantizada en estas circustancias una localidad en tribuna —la zona menos poblada del estadio— o Grada Central, además de algún incentivo por las posibles molestias causadas. O eso —que se antoja una solución viable— o renunciar a los ingresos de partidos puntuales como el del sábado. No hay taquilla, por sustanciosa que sea, que compense poner en peligro la seguridad e integridad de la propia afición.

4. Por último, es inaplazable que el club revise los protocolos de seguridad privada en el estadio. La empresa contratada debe velar por la seguridad, pero también cuidar especialmente a la afición granota, a la que se debe. El sábado, como ha sucedido otras veces, volvió a haber un alud de quejas de los aficionados granotes por el trato recibido por la empresa de seguridad, que no garantizó los derechos que un socio tiene al adquirir su pase. Cuando muchos de esos socios, especialmente en Alboraya y Orriols Norte, reclamaron sus derechos a los agentes de la seguridad, privada pero también pública, éstos alzaron los hombros con resignación y en algunos casos se conminó a los afectados a marcharse de su propia localidad o a “buscarse la vida”.

Una afición pacífica, hospitalaria y familiar, como la granota, acudió a su estadio a ver un partido de fútbol y a felicitar a su equipo por la salvación conquistada, predispuestos muchos de ellos incluso a felicitar a los maños si el Llevant perdía un partido irrelevante. Sin embargo, demasiados granotes acabaron acoquinados y atemorizados. Y sin duda, no hubo más incidentes por la madurez de la afición levantina, que optó por la resignación de marcharse de su propio estadio con la cabeza gacha. Pero el sábado se jugó con fuego en Orriols. Algo que no debiera suceder nunca más.

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