Ni siquiera tenía edad para beber en 49 de los 50 estados de la Unión, pero nadie en su sano juicio le habría negado la entrada a un bar. Quizá influyera el hecho de que Mike «Iron» Tyson guardó a lo largo de su carrera una relación de familiaridad con todos los vicios conocidos y con otros, sencillamente, aberrantes. Pero quienes sigueron su trayectoria profesional se inclinan a pensar que sería por la contundencia con que defendía sus argumentos. Sea como fuere, a Mike (Brooklyn, 1966), niño conflictivo y huésped habitual de los correccionales más duros, los problemas de comunicación no le impidieron nunca hacerse entender.
El 22 de noviembre de 1986, hace hoy 25 años, Tyson entró en la leyenda del boxeo. Le bastaron 5 minutos, el tiempo que transcurrió entre que chocó guantes con Trevor Berbick y el momento en que lo derribó sobre la lona como un muñeco roto, totalmente grogui, desarbolado, mientras trataba sin éxito de mantenerse en pie. Les separaban 14 años, 8 centímetros de altura y un campeonato del mundo de la WBC que el jamaicano había cosechado ocho meses atrás. Ésta era su primera defensa del título y acudía a la cita orgulloso y seguro de sus posibilidades. Al predicador —como pasó con Foreman, los caminos del Señor son inescrutables— Dios le había dicho que dejara la victoria en sus manos, aunque las únicas que vio esa noche fueron las de Tyson, convertidas en martillos pilones que descargaron un chaparrón de puñetazos con feroz intensidad.
Mike Tyson, por su parte, llegaba tras encajar el que hasta la fecha era el mayor golpe de su vida —luego vendrían otros—. Una semana antes del combate había enterrado a Cus D'Amato, el mítico preparador de boxeadores por cuyas manos habían pasado Floyd Patterson y José Torres, ambos campeones del mundo, ambos leyenda del ring. Cus le había sacado del reformatorio con apenas 14 años, cuando ya sumaba, asómbrense, treinta detenciones por robos con violencia. Quizá fuera la falta de figura paterna, pero aquel chaval se entregó en cuerpo y alma a su mentor, el único capaz de embridar su carácter violento y poner freno a su arrogancia.
D'Amato diría de él que era fuerte y constante, y capaz de encajar los golpes. No exageraba. Fue dando forma a Tyson con la paciencia de un maestro samurai, modelando no sólo su cuerpo, que adquirió la consistencia de un «panzer», sino su forma de pensar. Tyson no era muy alto, al menos para lo que se espera de un peso pesado, y casi parecía diminuto cuando se enfrentaba a sus rivales. Sus brazos eran, por consiguiente, más cortos, y eso le impedía pelear a distancia, ser metódico en los golpes. Tenía que fajarse, echarse encima, y sus brutales embestidas llegaban siempre envueltas en sudor y aliento, tan cerca se colocaba.
http://www.abc.es/20111122/deportes/abci-boxeo-tyson-berbick-aniversario-201111221018.html
El 22 de noviembre de 1986, hace hoy 25 años, Tyson entró en la leyenda del boxeo. Le bastaron 5 minutos, el tiempo que transcurrió entre que chocó guantes con Trevor Berbick y el momento en que lo derribó sobre la lona como un muñeco roto, totalmente grogui, desarbolado, mientras trataba sin éxito de mantenerse en pie. Les separaban 14 años, 8 centímetros de altura y un campeonato del mundo de la WBC que el jamaicano había cosechado ocho meses atrás. Ésta era su primera defensa del título y acudía a la cita orgulloso y seguro de sus posibilidades. Al predicador —como pasó con Foreman, los caminos del Señor son inescrutables— Dios le había dicho que dejara la victoria en sus manos, aunque las únicas que vio esa noche fueron las de Tyson, convertidas en martillos pilones que descargaron un chaparrón de puñetazos con feroz intensidad.
Mike Tyson, por su parte, llegaba tras encajar el que hasta la fecha era el mayor golpe de su vida —luego vendrían otros—. Una semana antes del combate había enterrado a Cus D'Amato, el mítico preparador de boxeadores por cuyas manos habían pasado Floyd Patterson y José Torres, ambos campeones del mundo, ambos leyenda del ring. Cus le había sacado del reformatorio con apenas 14 años, cuando ya sumaba, asómbrense, treinta detenciones por robos con violencia. Quizá fuera la falta de figura paterna, pero aquel chaval se entregó en cuerpo y alma a su mentor, el único capaz de embridar su carácter violento y poner freno a su arrogancia.
D'Amato diría de él que era fuerte y constante, y capaz de encajar los golpes. No exageraba. Fue dando forma a Tyson con la paciencia de un maestro samurai, modelando no sólo su cuerpo, que adquirió la consistencia de un «panzer», sino su forma de pensar. Tyson no era muy alto, al menos para lo que se espera de un peso pesado, y casi parecía diminuto cuando se enfrentaba a sus rivales. Sus brazos eran, por consiguiente, más cortos, y eso le impedía pelear a distancia, ser metódico en los golpes. Tenía que fajarse, echarse encima, y sus brutales embestidas llegaban siempre envueltas en sudor y aliento, tan cerca se colocaba.
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