jueves, 3 de noviembre de 2011

LA AFICIÓN, MAR DE LEALTAD





Este artículo fue publicado en el desaparecido "Diario EQUIPO" a mediados de Marzo de 2009).

“Com els guanyarem, si semblan alifants?”. Esta frase la pronunciaron unos aficionados catalanes en un partido de Copa que disputó el entonces Zaragoza contra el Júpiter, en el campo de Les Corts. La anécdota la contó Andrés Lerín, nuestro portero, y persona con la que mi familia mantendría relación de vecindad en su madurez durante años para certificar la calidad humana de un caballero.

Lerín era el exponente de un equipo poderoso físicamente en el que la raza, el coraje y su honradez y dignidad profesional eran su estandarte. Se convirtieron en un enemigo temible y casi inexpugnable cuando jugaban en Torrero. La temporada del ascenso, 1935-1936, fue la época en la que demostraron que siendo un equipo, ayudándose los unos a los otros, siendo amigos, se pueden lograr muchos éxitos. Lerín, "Brozas", Pelayo, "Mocazos", Primo, "El zagal", Municha, "Fraylon", Tomás, "Zamarras"... Cada uno tenía su mote, surgido del afecto mutuo y del deseo de ser uno.

Aquellos "Alifantes" le mostraron al mundo que la fortaleza de espíritu mueve montañas y fueron capaces, gracias a la publicación de esta anécdota en "Heraldo de Aragón" por parte de Miguel Gay, de convertirse en el primer icono, en el primer símbolo eterno de la Historia del zaragocismo. De nuestra Historia.

Hoy, setenta años después, vivimos mañanas blancas y noches azules, pues nuestros ojos galopan por las llanuras de la esperanza. Compartimos lecho con la osadía pero también convivimos con este tormento que nos apaga. Sin embargo la vida, valerosa, nos espera al final del viaje. Lo sé.

El Real Zaragoza debe romper ya la muralla de ese infortunio que sobresalta, semana tras semana, cada sorbo de ilusión. El Real Zaragoza, ahora y siempre, debe seguir la senda del sacrificio y la honra a su Historia. Nosotros, sus fieles, sus enamorados, a veces despechados, a veces consumidos en las llamas del deseo, seguiremos esperando el regreso del guerrero. Y ojalá las velas de las embarcaciones sean blancas, como acordó Teseo con su padre, Egeo, en caso de lograr el éxito ante el terrible Minotauro.

Ojalá sean blancas y no negras, porque la afición, esa mujer hecha de emociones encendidas y pasiones rojas como el fuego, sigue tejiendo y destejiendo el sudario que ojalá nunca amortaje este cuerpo que no merece morir. La afición sabrá esperar, sufrirá los golpes de las olas encolerizadas por la derrota, sorteará las fogosas propuestas de la desesperanza y el desánimo, pero lo que nunca hará es aguardar a los cobardes ni a los tibios. Eso lo saben nuestros jugadores, herederos, quieran o no, de aquellos “Alifantes", fornidos, sacrificados, dignos, amigos, que coronan ahora, después de setenta y pico años, el altar del zaragocismo, al que ascendieron a base de sudor y amor. Aquellos "Alifantes" que anotaron 60 goles y recibieron tan sólo 8 y fueron los primeros que derrotaron al Real Madrid, donde jugaban Quincoces y Regueiro, habrían sido el equipo más importante de la década si la miseria de la Guerra Civil no se hubiera cruzado en sus vidas.

Pero fue un esfuerzo fértil, pues permitió que la huella del león señalase el camino que seguirían décadas después, y hasta hoy, héroes cobijados por la bóveda del amor a unos colores. Como José Luis Violeta, el más generoso de los corazones que el Real Zaragoza ha visto latir, por quien muchos apostamos para que sea nombrado Presidente de Honor del Real Zaragoza y a quien le expresé mi reconocimiento y mi admiración cuando le conté que de niño disfruté tanto con su fortaleza y su recio compromiso. Por eso, quiero ver en esta propuesta la forma de ofrecer, en la persona de Violeta, el homenaje del zaragocismo a cuantos como él, como Cuartero, lo dieron todo por nuestro equipo. A ellos, a los que son como ellos, a quienes sienten el Real Zaragoza como una parte inseparable de su vida, nuestro aplauso, pues sólo así, siendo “alifantes”, seremos grandes.

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