El entrenador, decepcionado con Agapito, con los fichajes que no llegaron y con el carácter y el nivel de la plantilla, ya asume que se equivocó al venir
Manolo Jiménez se define como un luchador. Lo fue sobre el césped y lo es en los banquillos. Honesto, de trato directo y frontal, el técnico empezó a asumir que se había equivocado en venir al Zaragoza muy poco después de llegar, cuando Arenere y sus consejeros se hartaron de Agapito. El entrenador ya sabe desde hace tiempo lo que implica el caos de la gestión del soriano, en el club y en la Liga, y además se ha topado con una plantilla de baja calidad, de limitado físico, con bastantes futbolistas de nivel impropio para la élite y sobre todo escasa de carácter, sin un líder en un grupo que apenas reacciona a los estímulos que lanza el entrenador. Y si lo hace, no tarda en diluirse.
Llegó en Año Nuevo con la promesa de fichajes ya hechos, creyendo que se iba a convencer a Ponzio para que siguiera y con el cambio en el club y en el ambiente hostil hacia Agapito que en teoría iba a propiciar el paso atrás del soriano. Todo mentiras. Tuvo que mediar para traer a Aranda y Apoño, pero el resto de objetivos zaragocistas que hubieran aumentado el nivel de la plantilla no llegaron. Pidió dos centrales, clamó por al menos uno y un defensa polivalente y al final y sobre la bocina vino un lateral fuera de forma (Álvarez).
El 31 de enero, al acabar el mercado, meditó dimitir pero no lo hizo. Ya sabía que la defensa iba a tener mala solución y sus temores se han confirmado. Su central más competitivo es Lanzaro. Sí, Lanzaro. Y con un equipo que encaja goles de todos colores, pese a que su portero suele ser el mejor, no hay nada que hacer.
Jiménez apenas ha hablado con Agapito en estos dos meses, y sí bastante con Prieto, demasiado leal al soriano como para confiar en él. Se siente solo y defraudado. Ha trabajado duro, ha cambiado cosas, ha movido fichas. Ha apostado por veteranos, por jóvenes, por jugar con dos delanteros, con uno, por hacerlo con rombo en la medular o reforzar el medio... Y el equipo se cae, física y mentalmente, en el tramo final. Se ha puesto en cinco de los ocho partidos por delante y solo ganó en Cornellá. Si por él fuera, saltaría al campo a cerrar los partidos para que los rivales no acabaran por remontar cuando los suyos se diluyen como un azucarillo. Al final, la estadística es demoledora, cinco puntos de 24, una victoria, dos empates y cinco derrotas como balance.
Jiménez ha encontrado en sus apariciones públicas un desahogo, una forma de dejar claro lo que está sufriendo y lo mucho que ve sufrir al zaragocismo. Criado en el Sevilla, en otro club con leyenda, no entiende la desidia ni bajar los brazos cuando se defiende a un equipo con tanta historia, por muy malo que sea el contexto que rodee al club y tan penosa sea la situación en la tabla.
En Santander, en su debut, ya vio un equipo sin respuesta, pero también en las segundas partes contra el Rayo o con el Betis y, sobre todo, en la última media hora en La Rosaleda. Más, cuando la semana pasada había apelado en cada conversación al orgullo y a la dignidad de los suyos, al compromiso, y había organizado una concentración en Málaga para mantener la tensión competitiva. Y el grupo le respondió con desidia y sin tensión en el tramo final. Demasiadas razones para explotar. Y explotó en La Rosaleda.
Razones de una explosión ( El Periódico de Aragón - 27/02/2012 )
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