lunes, 13 de diciembre de 2010

DIVORCIO CADA VEZ MÁS TENSO

Las sonoras broncas del público a Edmilson y Sinama-Pongolle en sus sustituciones, las pitadas a Leo Franco y la sorna hilarante con la que se jaleó a Marco Pérez en sus acciones revelaron el hartazgo insoportable del zaragocismo con buena parte de su equipo.


Cada día provoca más pena asistir con atención y detalle a los partidos del Real Zaragoza, especialmente cuando juega como local en La Romareda. Al margen de la cadena de nefastos resultados que acumula el que lleva camino de ser el peor equipo de la historia del club, circunstancia que por sí sola ya es un vía crucis lacerante, da grima palpar el ambiente general que rodea los duelos del Zaragoza cada fin de semana.

La afición está hundida en la miseria, desmoralizada por completo, sin un átomo de fuerzas para creer en un imposible. Los dirigentes, impasibles en su ademán, sobreviven al caos que ellos han creado como si semejante oprobio les fuese ajeno. Parece mentira tanto pasotismo, no ya en su actitud, por momentos incluso chulesca, sino a su alrededor. A veces, uno mira al horizonte y cree estar en el patio de un frenopático donde los pacientes, bien sabedores de su mal o bien enajenados por completo de la irreparable patología que sufren, asisten a cada encuentro simplemente por rutina, porque la costumbre dicta que, cada fin de semana de partido, hay que acudir a la ceremonia del fútbol de forma autómata.

Y qué decir de los profesionales del balón. Los que, por mandato del mercantilismo que rige el mundo del balompié mundial y que tanto daño está haciendo en el contemporáneo Real Zaragoza de la mano de tipos como Agapito Iglesias, Pedro Herrera o Antonio Prieto, por citar a la famosa trinidad que ha diseñado este mal engendro en los últimos tiempos por estos lares, visten la camiseta blanquilla y el pantalón azul de nuestros viejos y románticos amores. También los que, cada cierto tiempo, los dirigen indistintamente desde el banquillo. Todos cada vez con menos arraigo, con menos vínculos afectivos o simplemente referenciales de la institución, la ciudad o la historia de este antiguo club deportivo convertido en un oscuro negocio que ha acabado por secuestrar por completo los sentimientos de la insobornable mayoría de la afición.

La consumada fractura social que todo el mundo, por evidente, admite desde hace días, vivió ayer un nuevo giro de tuerca. La apatía en las butacas, el conformismo con el desastre irreversible, el silencio cómplice con la debacle que se admite inevitable, dejó escapar gotas de acritud que pueden ser el germen de un conflicto futuro.Sabido es que en muchos divorcios, por muy pacíficos que se deseen entre las partes, el discurrir de los acontecimientos acaba por introducir tensiones en el proceso. Y, al final, como todo el mundo asume que la reconciliación no se contempla bajo ningún concepto, estallan las hostilidades sin poder evitarlo.

Las sonoras broncas del público a Edmilson y Sinama-Pongolle cuando Aguirre les sustituyó fueron algo tremendamente llamativo. La gente se ha cansado de ser condescendiente pese a intentar desde hace días no tocar al equipo en sus dardos defensivos contra tanta irresponsabilidad en el manejo de la SAD. Las pitadas permanentes al portero, Leo Franco, apuntalaron ese sentir general de la hinchada. La sorna hilarante con la que se jaleó a Marco Pérez en sus atribuladas acciones revelaron, por fin, el hartazgo insoportable del zaragocismo con buena parte de su equipo, del que Contini, otro de los señalados, ha acabado cayéndose por cuestiones puramente tácticas ante su desgana manifiesta desde el primer día.

Desde ayer, se puede hablar de un nuevo estado en el proceso de maduración de la crisis del zaragocismo. El público (poco, cada vez menos en las tribunas) ya dispara a matar a quienes considera impropios de seguir defendiendo con honor la que siempre fue una camiseta sagrada. Huele a chamusquina en poco tiempo.
http://www.heraldo.es/

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