Hoy que vuelve Uruguay a las semifinales del mundial cuarenta años después, es justo y necesario recordar su gran hazaña, la mayor sorpresa de la historia del fútbol. A la final de 1950 en el flamante Maracaná asistieron más de doscientas mil personas –algo jamás visto- para contar cuántos goles recibían los charrúas de una selección brasileña que había anotado 21 en cinco partidos y a la que, cosas de ese torneo, le bastaba el empate para ser campeona. Aunque el choque salió parejo y hasta el segundo tiempo no tomó el rumbo prefijado con el gol de Friaça, nadie creía en la posible remontada que hicieron posible los goles de Schiaffino y Gigghia. Bueno, nadie no; los charrúas sí creyeron, y muy especialmente su capitán Obdulio Varela, el hombre que con su poderío, empate y liderazgo cambió el aire del partido. Habrá habido mejores jugadores, pero quizá nadie se acerque a la categoría de leyenda como el Negro, el hombre del Maracanazo.
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