lunes, 15 de abril de 2013

SIN ALMA, NI ORGULLO

Muerte de rodillas

El Barcelona gana con comodidad a un Zaragoza indigno que vive ya en descenso y que mira al Infierno

 El Zaragoza ya vive en descenso. Lo hace desde ayer de forma justísima por 14 partidos sin ganar y por una situación insostenible a todos los niveles, empezando por Manolo Jiménez, al que el mal momento ya le señala sin duda cuando quedan siete jornadas para evitar la catástrofe. La colección de méritos que acumuló el técnico, cuyo ímpetu y espíritu de trabajo son valores innegables, ya está gastada, devorada, y en el horizonte aparecen duelos directos ante Celta y Mallorca. El Barça, aun plagado de suplentes, es un equipo enorme, con talento para dar y regalar, empezando por Tello y Thiago, que bailaron sobre la tumba zaragocista para constatar una clara superioridad. Meridiana.
Pero en la calidad del rival no puede esconderse ni por un segundo el terrible partido que perpetró el Zaragoza, un espectro, un cadáver por sus nervios y ansiedades que, tras lo visto ante el Deportivo y el Barcelona, ha decidido morir de rodillas, irse por el sumidero con destino a Segunda sin ni siquiera pelear por evitar lo que semana a semana se asoma como una tragedia más cercana. A este nivel, llegará. No lo duden.

La Romareda acabó por pitar a un equipo que es un alma en pena, además de ovacionar a varios jugadores del Barcelona, a Abidal, a Xavi, a David Villa... Así anda la afición, harta ya tras nueve partidos de local seguidos sin vencer, otro registro para la historia. La grada, sin duda, está muy por encima del equipo infame, que, salvo excepciones contadas --Málaga, Valencia o Real Madrid--, es en esta segunda vuelta el Zaragoza de Jiménez.

Con todo, lo vivido ante el Barça fue uno de los peores episodios de la temporada. Al equipo se le vio desbordado, lleno de nervios, sin cabeza desde que saltó al césped, sin Apoño, reservado para salir con el partido sentenciado, una de las varias decisiones inexplicables de Jiménez, ayer a la altura del nefasto papel de todo el Zaragoza, particularmente en su zona de defensa, donde Sapunaru, Loovens y, en menor medida, Álvaro y Paredes fueron un regalo para la enorme calidad azulgrana. Lo hubieran sido para cualquier enemigo.

Al Zaragoza le duró la compostura solo unos minutos. Algo de orden, un par de malas salidas desde atrás del Barcelona, cuya defensa estaba a años luz de ser considerada de circunstancias y que por la nulidad zaragocista vivió un partido tranquilo, mostraron el espejismo. Fue tan breve... Tello empezó a examinar a Sapunaru y entre Thiago y Xavi se adueñaron del balón para que el Zaragoza empezara a perseguir fantasmas. Con Postiga convertido en una isla y con un mal trabajo en la presión, empezando por Movilla y José Mari, el primer gol retrató las penurias. Un córner a favor sacado en corto acabó en una galopada de Thiago, al que Álvaro no frenó, para que combinara con Alexis y cruzara ante la perfecta visión de José Mari, Movilla o Sapunaru. De verdad, de museo de los horrores.



El Zaragoza ya no era nada y La Romareda solo despertó en una ocasión de Postiga tras uno de los melones que le enviaron y con un manotazo de Song a Víctor. Pudo ser penalti y lo fue desde luego el que le hizo Montoya a Rochina en la segunda parte, pero cualquier intento de justificación arbitral suena a broma cuando el Zaragoza fue tan terriblemente inferior al Barcelona, que antes del descanso hizo el segundo por el costado de Sapunaru. Tello, a pase de Thiago, se plantó ante Roberto y firmó la sentencia.

A PEOR La segunda parte solo hizo aumentar la sensación de angustia, de miedo que da este Zaragoza. Jiménez recurrió a Apoño, sin ritmo, y a Ortí. Nada cambió. No era cuestión de jugar con dos delanteros, ni con siete mediapuntas o con todos vestidos de lagarterana. Era cuestión de ser un equipo, pero también de demostrar raza y carácter. De apretar los dientes al menos. Ni eso.

Alexis mandó un balón al larguero por las amplias avenidas que se abrían en el sistema de contención y Tello terminó de desnudar a Loovens con Sapunaru fuera de sitio. Por ahí llegó el tercero y la grada ya apuntó hacia el central holandés. Lo cierto es que solo Montañés, al único que se le vio con cierta frescura, las paradas para la galería de Roberto con el partido sentenciado y un intento de Rochina no merecieron la reprobación de la grada, que podía haber dado un concierto de silbato tras el descanso.

La afición, sin duda, es lo mejor de un Zaragoza al que Agapito ha llevado a una situación insoportable demasiados años. El partido terminó con la tontería de Álvaro, que jugó condicionado por estar apercibido, como también Loovens y Sapunaru, para acabar viendo una tarjeta por una falta a Alexis, al que dio una patada cuando estaba en el suelo. Esa es la viva imagen de este Zaragoza, desquiciado, un cadáver que no quiere morir con las botas puestas. Ayer se le fueron, de rodillas, muchos gramos de vida.





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