El tubo zaragozano tiene aún una fama (sobretodo entre foráneos) de sitio típico para tapear en Zaragoza.
Sin embargo, el tubo ya no es aquel lugar donde bares y tascas ofrecían vino de la casa o papas bravas y bocadillos de calamares. Ahora es un lugar donde se concentran bodegas más o menos modernizados donde se sirven "pinchos" o tapas elaboradas, pero lejos del espíritu del humo y el olor a fritanga de anteriores épocas.
El Bar Texas es el último reducto del tubo de toda la vida y casi podíamos decir que resiste como un reclamo a turistas de como era antes la zona de tapeo de Zaragoza y pese a los periódicos rumores de cierre que rodean a este establecimiento sigue al pie del cañón.
Pero que mejor homenaje que el artículo que le dedico Carlos Herrera hace algún tiempo en las páginas de un suplemento dominical.
Texas sobrevive en Zaragoza
Hay barreras de resistencia al avance de hamburguesas dudosas y bocaterías sin alma
Es, casi, revivir una ceremonia iniciática entrar por la calle Mártires a ese Tubo que siempre se me antoja un paisaje dejà vu, un derribo permanentemente anunciado, un lento goteo de desaparición, una película melancólica filmada en aquellos años en los que mi tío Rafael, el Herrera que designamos embajador de la familia en Zaragoza, nos llevaba de la mano a una selva decadente en la que florecían las tascas de vino tinto y patatas bravas –los Herrera llevamos generaciones enteras en busca de la barra perdida, disfrutando del viejo gesto del codo apoyado–. Uno no sabe si son eso, simples derribos, o si se trata de rehabilitaciones inevitables, pero una evidencia se nos echa a la cara: la fotografía de un barrio de cuatro calles –y millones de almas en maceración– evoluciona peligrosamente hacia la nueva asepsia arquitectónica tan común en todas las ciudades de España. No es más que desconsuelo de alguien que no vive allí y que no puede pretender, evidentemente, que le tengan el barrio a punto para cuando uno se digne a visitarlo como si fuese un parque temático, pero entrar como un ariete carnal en la masa de las callejuelas y no encontrar Casa Lac, no dar con El Olimpo o buscar infructuosamente aquel Bar Miramar que se anunciaba como ‘El Rey de las Bravas’ produce, inevitablemente, decepción. A Galdós le pasaría igual si no diese con el bar en el que escribió su Episodio nacional dedicado a Zaragoza, hoy ciudad en expansión que merece que le echemos más vistazos de los que le echamos. Galdós, en cualquier caso, cría malvas, y los vivos que fuimos deslumbrados por una nación pequeña de calles angostas aún nos resistimos al paso del tiempo. Resiste el Bar Texas, que sigue como lo dejé la última y la penúltima y la antepenúltima vez y que te hace respirar, aliviado, cuando llegas a su esquina y puedes entrar a una memoria que no se desvanece entre bares de cubatas en serie. Las matrículas de coches americanos y los azulejos de refranero popular siguen colgando en las viejas paredes del bar, mientras que, a la par, las lechillas de ternasco, las mejores bravas del mundo –las mejores, ojo— y los boquerones primorosamente albardados te hacen saber que hay barreras de resistencia al avance implacable de hamburguesas dudosas, mexicanadas desnaturalizadas y bocaterías sin alma. De ahí a que Pascualillo te dé un vermú de grifo y unas cigalas de la huerta y te cuente cuántos años lleva ya retirado Curro Romero; con eso has escrito media mañana y te queda otra media para alimentar la leyenda de que cualquier día reabrirán El Plata, el soberbio olimpo de cartón piedra y «cantantes de muslo bravo» en el que mi tozudo y brillante primo Robertito y yo pasamos alguna tarde entre la delicia decadente de su orquesta de medio lado –el escenario era tan chico que no cabían de frente– y sus artistas de corto pero vibrante recorrido. Quizá con motivo de la Expo, no sé. Se lo preguntaré a Belloch el día en que pueda decirle que me parece que es mucho mejor alcalde que ministro y que si aprovechan, como parece que están haciendo, el impulso de la Exposición, se van a colocar a la altura de otras urbes que están viviendo un momento espléndido, tipo Bilbao o Valencia. Lo de Sevilla vamos a dejarlo por hoy. Tome después un café en el Gran Café Zaragoza y vea cómo puede uno sentirse en Viena a la vera del Ebro, que sigue, por cierto, guardando silencio al pasar por El Pilar, soberbia basílica, soberbia plaza –estropeada por la espantosa remodelación que se le practicó impunemente hace años– y soberbia impronta de la España de siempre. Y visite la Seo, felizmente rehabilitada, para conocer uno de los más hermosos templos del mundo, un monumento que, junto con la Alhambra, la Mezquita de Córdoba, la Sagrada Familia y lo que quieran añadir, es una cita ineludible de los buscadores de tesoros.Y rece por El Tubo, viejo Jerusalén de los aperitivistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario