El hastío, el malestar y el cansancio de la afición volvieron a explotar con la goleada de ayer.
"¡Directiva, dimisión!", gritó espontáneamente y al unísono La Romareda entera cuando el Málaga logró el 0-3 en el minuto 27 de partido. Y este clásico grito de desesperación tuvo su continuidad sesenta segundos después, con el 0-4 de los malacitanos. El penoso inicio del choque, con dos goles encajados en apenas 7 minutos, ya había disparado las enojadas quejas del graderío de forma más localizada. Ese doble mazazo antes de la media hora, los unió en una sola voz sin remedio.
Agapito, tras sus gafas de sol oscuras, mantuvo su rostro hierático de las peores tardes. Detrás, Herrera y Prieto cabeceaban, se mordían las uñas -hasta las yemas de los dedos- y se ponían las manos en la cara como queriéndose morir. Para todo tienen. A su lado, los Porquera, Checa, Villanueva y Cuartero debieron pensar aquello de "¡tierra, trágame!" ante la sucesión de insultos, epítetos y gestos obscenos que comenzaron a llegar al palco desde todo el estadio.
¡Zaragoza sí, directiva no! fue la cantinela más manejada desde muchos puntos del coliseo zaragocista a partir del 0-5, diez minutos antes de que llegara el descanso. El quinto gol andaluz fue una bomba de racimo y la gente se desenchufó por momentos de lo que sucedía en el campo. Un nutrido grupo optó por marcharse a casa, desesperados por la negativa sorpresa que les aguardaba en este inicio de temporada en La Romareda.
Solo cuando el público la tomó con el pobre Leo Franco (principal pagano para el pueblo de la catástrofe general), el palco respiró un poco. Fueron varios momentos durante la pesadilla de primera parte que ayer se sufrió en el estadio municipal. Pero, enseguida, las miras telescópicas del viejo hastío, el malestar y el cansancio de la afición blanquilla enfocaron de nuevo a la zona VIP, a los gestores de esta SAD que toca vivir.
¡Qué se vayan de una p... vez!, con su musiquilla tradicional, fue otro lema lanzado al aire por varios grupos de hartos hinchas del Real Zaragoza una vez estalló la ira. Todo ello trufado, de vez en cuando, del peor de los insultos que alguien puede recibir a voz en grito y que tuvo como destinatario al máximo mandatario.
Unos 2.000 espectadores, quizá alguno más, habían acudido al primer partido de Liga vestidos de avispa o con atuendos aurinegros (el segundo uniforme, en sus diferentes modelos de los últimos tiempos, preferentemente con el escudo viejo, el de siempre). Fue la respuesta a una iniciativa generada por internet para mostrar silenciosamente -y sin perjudicar ni un milímetro al equipo sobre el césped- el más absoluto rechazo a los actuales dirigentes del Real Zaragoza. Es decir, que antes de saberse que el estreno de la competición iba a ser tan adverso y caótico como resultó ser, antes de catar semejante oprobio, ya pululaba en el ambiente un aire de ruptura con el actual statu quo de la entidad zaragocista. La caldera está rusiente después de tres años de padecimientos al límite. Y solo faltaba que, en ese estado de combustión próximo a la llama, el equipo cuajase un partido tan lamentable para que todo prendiera.
La herida se reabrió pese a los ímprobos intentos de directivos, técnicos y jugadores durante el verano para intentar suturar una fractura social que se hizo realidad el año pasado (el día del Athletic, con el cisma de Marcelino aún en cuerpo presente y la posterior dimisión de Bandrés y todo el Consejo fue el momento cumbre) y que había quedado aletargada por la salvación de la categoría in extremis en mayo y la posterior anestesia del largo verano mundialista.
Al final, Agapito pidió protección policial para abandonar el estadio. Un llamativo cordón de agentes controló al grupo de seguidores que esperaron a los directivos a la salida del palco hasta pasadas las 19.30. Fue el corolario a una jornada para tener muy en cuenta.
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