El divorcio entre el zaragocismo y Agapito Iglesias es absoluto y, a cada paso que el propietario da, la distancia entre lo que hace y dice y lo que siente y sufre el aficionado se hace más palpable. El domingo, tras la dolorosa derrota en el Calderón, no por inesperada sino por cómo se produjo, contra un rival en inferioridad y después de un ejercicio de impotencia y de manifiesta falta de talento, de capacidad futbolística en ataque y de gol, con el Real Zaragoza colista con dos puntos de quince posibles, Agapito volvió a equivocar el mensaje. "Estamos últimos, pero tenemos ilusión", dijo. Justamente, el presidente aludió a aquello que con su terrible gestión, agarrotada ahora por una montaña de deudas que él mismo ha engordado desde que aterrizó en el club, le ha robado al zaragocismo: la ilusión.
En verdad, a los abonados, a los socios, a los aficionados, a los seguidores del Real Zaragoza, cuyo estado real palpita mucho más cerca de la preocupación, de la decepción, de la desesperanza o de la congoja por el futuro de su equipo, por no usar una palabra mucho más castiza y malsonante, lo que les haría innegable ilusión es que Agapito Iglesias dejara de ser el propietario y presidente de una entidad a la que, fruto de su desatino, cada vez reconocen en menor medida.
Por si todavía no lo había percibido, que todo, hasta lo más impensable, puede llegar a ser posible en este momento, a lo que el zaragocismo aspira es a dos cosas, cada una en su orden cronológico y sin excepción. Primero, que solucione el tremendo problema deportivo que tiene la plantilla. Que haga los malabarismos financieros que sean necesarios o que encuentre el dinero si hace falta en el fondo del mar, pero que se ponga a buscar ya un delantero de calidad, que garantice goles y por tanto puntos, para reforzar un equipo que tiene un déficit de pegada histórico y cuya competitividad, con el armazón ofensivo actual, se reduce tanto que pone en peligro la permanencia y, consecuentemente, la supervivencia de la sociedad.
Y, segundo, que después de haber hecho el esfuerzo económico que sea preciso para que el Real Zaragoza se mantenga en Primera o al menos para que incremente sensiblemente sus opciones de lograrlo, reflexione, recapacite, medite, razone, sea honesto con la historia de la entidad y se plantee con solemnidad su salida de la propiedad antes de que sea demasiado tarde. Que le empufe el club a un jeque, como dice el personaje que lo satiriza en Crackovia, que lo venda a quien se lo quiera comprar o que él mismo busque un comprador serio, pero que comprenda por fin que su tiempo ha pasado, que el club requiere una refundación impostergable. Si de verdad desea ilusionar al zaragocismo, Agapito no debería manifestarse ilusionado siendo colista. Debería poner los medios para que el equipo siga en Primera y, luego, irse.
La ilusión de Agapito y la ilusión real del zaragocismo ( El Periódico de Aragón - 28/09/2010 )
En verdad, a los abonados, a los socios, a los aficionados, a los seguidores del Real Zaragoza, cuyo estado real palpita mucho más cerca de la preocupación, de la decepción, de la desesperanza o de la congoja por el futuro de su equipo, por no usar una palabra mucho más castiza y malsonante, lo que les haría innegable ilusión es que Agapito Iglesias dejara de ser el propietario y presidente de una entidad a la que, fruto de su desatino, cada vez reconocen en menor medida.
Por si todavía no lo había percibido, que todo, hasta lo más impensable, puede llegar a ser posible en este momento, a lo que el zaragocismo aspira es a dos cosas, cada una en su orden cronológico y sin excepción. Primero, que solucione el tremendo problema deportivo que tiene la plantilla. Que haga los malabarismos financieros que sean necesarios o que encuentre el dinero si hace falta en el fondo del mar, pero que se ponga a buscar ya un delantero de calidad, que garantice goles y por tanto puntos, para reforzar un equipo que tiene un déficit de pegada histórico y cuya competitividad, con el armazón ofensivo actual, se reduce tanto que pone en peligro la permanencia y, consecuentemente, la supervivencia de la sociedad.
Y, segundo, que después de haber hecho el esfuerzo económico que sea preciso para que el Real Zaragoza se mantenga en Primera o al menos para que incremente sensiblemente sus opciones de lograrlo, reflexione, recapacite, medite, razone, sea honesto con la historia de la entidad y se plantee con solemnidad su salida de la propiedad antes de que sea demasiado tarde. Que le empufe el club a un jeque, como dice el personaje que lo satiriza en Crackovia, que lo venda a quien se lo quiera comprar o que él mismo busque un comprador serio, pero que comprenda por fin que su tiempo ha pasado, que el club requiere una refundación impostergable. Si de verdad desea ilusionar al zaragocismo, Agapito no debería manifestarse ilusionado siendo colista. Debería poner los medios para que el equipo siga en Primera y, luego, irse.
La ilusión de Agapito y la ilusión real del zaragocismo ( El Periódico de Aragón - 28/09/2010 )
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