lunes, 19 de abril de 2010

DEFENSA PARA VIVIR

PACO GIMÉNEZ.
El Real Zaragoza obtuvo un punto vital para la permanencia en un feo partido donde apenas generó fútbol ofensivo y se limitó a contener el juego del Athletic.



Defensa, defensa y solo defensa. A eso jugó ayer el Real Zaragoza en San Mamés y a través únicamente de ese método logró arañar un punto que se antoja fundamental para seguir respirando en la dura pelea por la permanencia en Primera.
No se puede hablar de un cerrojazo a la antigua usanza. No fue así exactamente. Pero, por culpa de las enormes carencias creativas y de imaginación que padece en bloque de Gay de medio campo hacia arriba, la labor que plasmó el Zaragoza en Bilbao durante los 94 minutos que duró el choque se centró casi exclusivamente a la tarea de conservar el 0-0 inicial como fuese. Y, por fortuna, gracias a Dios, salió bien.
Ese es el gran mérito, el único, del Real Zaragoza en el lance de ayer. Conseguir capturar un puntito de oro en un estadio presionante frente a un rival que pelea por meterse en Europa y que, por unas causas u otras, no halló en ningún momento un resquicio por el que derrumbar las intenciones conservadoras de los aragoneses.
Por primera vez en la temporada, el Zaragoza jugó al 0-0 desde el primer minuto y obtuvo su premio siguiendo paso a paso el guión que Gay escribió durante los días previos. En esta recta final de la Liga, el equipo presenta síntomas de agotamiento mental y, en muchos casos, también físico. Y alcanzar la salvación va a pasar inexorablemente por sufrimientos como el padecido ayer frente a un Athletic que empujó, creó sus ocasiones ante la portería de Roberto, pero no estuvo atinado en el momento de la verdad.
Gay, desde que supo que no podía contar con Arizmendi por sanción, diseñó en su cabeza un 4-1-4-1 táctico destinado a destruir aun a costa de no dar señales de vida en el área rival. Como opina él y comparte Nayim, con la plantilla que hay, poca capacidad de maniobra queda en el momento que falla una pieza básica del once. Su plan fue colocar atrás a los cuatro defensas en línea, sin apenas salida. Ubicar a Edmilson por delante de los centrales como un zaguero más, el quinto, en cada ataque bilbaíno. Y armar una barrera de cuatro centrocampistas en medio campo con querencia a recular y con escasa salida al ataque. Así, Suazo, el punta que, por fin, fue designado titular pese a su merma física, fue más isla que nunca. Una nulidad de escaso rendimiento para el bloque, que solo tenía ojos para defender la mayor parte del tiempo.
La idea de Gay la apuntaló y amplificó en su puesta en escena final la definitiva ausencia de Contini, que ni se vistió como consecencia de su problema muscular. Y también la baja de Diogo, lastimado en una rodilla. Con un once inicial carente de tres titulares muy específicos, el técnico blanquillo apostó descaradamente por jugar metido en la cueva.
Con estas premisas, solo cabía apelar al trabajo estajanovista de cada futbolista de principio a fin, a la suerte en los momentos clave del choque y a que el Athletic no disfrutase de un día inspirado.

Y todo eso se dio ayer en San Mamés. Sin brillo alguno, salvo en el caso -fundamental- del portero Roberto, el Zaragoza laboró sin descanso en sus cometidos destructivos. En las cuatro ocasiones claras que los bilbaínos generaron ante la portería zaragocista, ni Llorente, ni De Marcos, ni Susaeta, ni Muniain lograron meter la pelota en las mallas. Y, para que todo saliera redondo, el Athletic no disfrutó de una jornada creativa en sus hombres de banda, ni en sus pivotes centrales, ni en sus llegadores al área en los balones colgados o rechazados.
El resultado de todo este magma de materias espesas fue el 0-0 final. Un premio que supo a gloria al Zaragoza y que fue valorado en Bilbao como un traspié serio del Athletic en sus aspiraciones de volver a jugar el año que viene en Europa.
En términos de fútbol, el duelo fue mayormente despreciable. Un ir y venir de pelotazos, favorecidos por la rapidez del césped a causa de la larga y aparatosa tormenta que cayó sobre el Bocho desde las 5 hasta las 7 de la tarde. Un permanente rosario de pérdidas de balón, de controles defectuosos de unos y otros (mucho más de los zaragocistas).
Solo que, en ese escenario, el marcador y el tiempo siempre jugó a favor del Zaragoza. Señal inequívoca, deducida desde mediada la primera mitad, de que a Gay le valía el empate. Realmente, el único equipo que buscó el triunfo ayer fue el vasco. Pero se topó con Roberto, por un lado, y con la falta de tino de sus rematadores, por otro.
Cualquier otro día de inspiración rojiblanca, quizá el marcador hubiese estado 2-0 a los 10 minutos. En una tarde de clarividencia de los vizcaínos, Llorente no se hubiese resbalado a bocajarro en el primer minuto, cuando echó alto un gol cantado en el area pequeña. Ni De Marcos habría cabeceado fuera un córner en el segundo palo con todo a favor. En un domingo con los hados de cara, el Athletic se habría adelantado en el marcador en antes de la media hora por medio de De Marcos, que remató solo a quemarropa un centro de Gabilondo y se encontró con el cuerpo del talismán Roberto Jiménez para evitar el 1-0 que ya gritaba la grada.
No me pida nadie que hable de una jugada en ataque del Real Zaragoza. De ese género, no hubo. El equipo blanquillo fue un grupo ordenado dentro de su desorden. Ligado al área propia por fuertes maromas que le impedían salir con soltura de medio campo en adelante. Un bloque raro, con una defensa experimental al quedar fuera, sospechosamente, Pulido (su contrato empieza a pesar) y optar Gay por cambiar a Ponzio de banda, meter a Paredes de inicio y volver a apostar por Pablo Amo en el puesto de Contini. Sin juego exterior, con una aglomeración en el centro de escaso brillo, y sin mordiente alguna arriba.
Pero se sumó. Y eso, cuando la vida está en juego, es lo único que importa. Ahora, cuando el futuro se dirime en cada acción, no hay puntos feos. Todos son oro molido. El de ayer, es buena muestra.

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