jueves, 27 de mayo de 2010

Promesas y quimeras del presidente

Agapito ha vendido durante cuatro años un proyecto de palabras grandilocuentes, entre la fantasía y la inconsciencia, que la realidad ha derruido. Su propio discurso lo condena.


Llegó con la ilusión por bandera, con ese impulso adolescente del que se siente imparable, del que se cree importante. Fichó a Víctor Fernández, un icono de una época inolvidable que creyó en él con los ojos cerrados --llegó a decir que con Agapito "todo es posible"--, y después se trajo a Aimar, el que pareciera entonces el fichaje estrella más importante realizado por el Real Zaragoza en toda su historia. No lo fue, claro. En realidad, ya no lo era. Por algo el Valencia lo vendió sin impedimentos. El nuevo dueño del club aragonés puso sobre la mesa 12 millones de euros y en Mestalla le pusieron un lacito azul y blanco para ponerle color a la transacción. No hacía falta. En Zaragoza ya andaba el mundo boquiabierto con las nuevas formas de Agapito Iglesias, un desconocido empresario soriano que puso rostro al nuevo club el 26 de mayo del 2006.
En su primera aparición prometió que el club aragonés iba a ser grande, y consecuentemente iba a serlo el equipo, al cual pensaba situar a la misma altura que la ciudad y la región. También garantizó que iba a relanzar el proyecto deportivo y a terminar con los problemas económicos de los últimos años. Cuatro meses después, en su primera entrevista, Agapito aseguró en el diario Equipo que el Zaragoza ganaría la Liga con él al mando. Hoy, cuatro años y un día después de su primer acto como zaragocista, el soriano se sentará ante la prensa para explicar cuál es el plan para salvar al Zaragoza de la ruina total, de la ley concursal, de la vergüenza, de la desaparición. Agapito deberá admitir por primera vez en público que ha fracasado. El opulento Zaragoza con el que soñó, el que contó y vendió, el de la rápida chequera, será a partir de ahora un club de austeridad y cantera. No por gusto, claro, sino por necesidad, por obligación. Es lo que tiene caminar al borde de la indigencia.


La legislatura
El fútbol le ha ganado la batalla en la primera legislatura. El constructor ha sido un destructor. Cuatro años después de su aterrizaje, el Zaragoza es más triste, más pobre, más gris, menos querido. Está desconsiderado, peor mirado y tratado en los rincones de España, en los que se habla más de las formas que impuso su ejecutor Bandrés, de cómo subió la pasada campaña y de cómo no bajó, que de su fútbol.
Por el camino, Agapito ha ido dejando perlas verbales que definen su personalidad y sus intenciones, que determinan su descalabro. No se le pueden poner pegas a la ilusión con la que llegó al Real Zaragoza, incluso se pueden valorar sus primeros movimientos en el mercado deportivo. Poco más que ruido. Al otro lado pesa como una losa la irresponsabilidad con la que se ha gestionado el club, la insensatez que ha derivado en la dramática situación crematística actual, la gravísima fractura social abierta durante tantos meses, la incompetencia directiva y deportiva.
Nada queda de lo que quiso, solo palabras huecas que demuestran que Agapito nunca pudo trazar el camino recto. Las sentencias no definen su intención de cada momento, pero marcan la enorme distancia que ha quedado entre sus asertos y la realidad.
En septiembre del 2006, por ejemplo, dijo que nunca vendería jugadores para maquillar las cuentas del club. Es de sobra conocido que la lista de jugadores transferidos por el club en estos años es extensísima, desde las primeras estrellas como Aimar y D´Alessandro, hasta zaragocistas de cantera y alma como Zapater. Antes y después quedó mal, sobre todo tras el descenso, cuando a la vez que sacudía a la prensa garantizaba que no le hacía falta vender jugadores para subsistir. Ese verano salieron, entre otros, Aimar, D´Alessandro, Matuzalem, Diego Milito, Sergio García y Oliveira. Es decir, los mejores.
En su sinuoso trayecto, Agapito siempre ha mostrado un punto de suficiencia que derivó en altivez. El tiempo, otra vez sus palabras, lo han destapado. En diciembre del 2006 su locución plasmada en el As no tenía desperdicio: "Mi plan en cuatro años es estar más alto de lo que estamos, muy alto, arriba del todo"; "Si te crees que eres Dios es cuando te equivocas...". Resulta evidente que Agapito no es un dios y aún más que se ha equivocado.
Los entrenadores
Otro tanto le ha ocurrido con los entrenadores. Llegó enamorado de Víctor Fernández y, tras liquidarlo sin un motivo de peso real, le fueron cayendo Garitano, Irureta, Villanova y Marcelino. Todo eso después de dejar bien sentadas las bases: "A Víctor Fernández no lo quiero para cuatro años, lo quiero para 16. No puedes estar cambiando de entrenador cada año. Aquí no vamos a cambiarlo porque se pierdan seis partidos".
Así, el propio Agapito ha ido contanto una historia que casi nunca se ciñó al guión que él mismo bosquejaba. Incluso el pasado verano exigía a Marcelino que el Zaragoza acabara la Liga entre los seis primeros. Cinco meses después desmontaba el club para hacer la mayor revolución conocida en invierno, atizaba a las instituciones y a algún que otro periodista y todavía se agarraba a la ilusión de crear un Zaragoza grande. El fútbol, la verdad, ha terminado por derribarle de su peana de ficción y altivez, de sus promesas y quimeras: "Debemos ajustarnos a la realidad que tenemos", dijo anteayer. Ahora ya ni siquiera piensa en ganar Ligas: "Debemos apostar por la competición que más exitos le ha dado al Zaragoza, la Copa". O sea, el Zaragoza ha vuelto a ser lo que era, lo que fue, solo que más pobre y con un futuro mucho más oscuro. Eso no lo contó Agapito. A lo mejor hoy...


Promesas y quimeras del presidente ( El Periódico de Aragón - 27/05/2010 )

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