El Xerez hace su denuncia
JOSÉ MIGUEL TAFALLA.
Cada partido que presenta el calendario de Liga nace como una esperanza y finalmente se convierte en una lamentable denuncia contra el Real Zaragoza. Hace semanas que estamos instalados en esta dinámica. Ayer le correspondió el turno a la hora de inculpar al Xerez. El colista dejó dicho con sus cuatro mimbres y su fútbol escaso que el equipo de José Aurelio Gay no sabe siquiera vencer al último clasificado, a un conjunto desahuciado, que vive en el fondo de la tabla desde el principio y que fue dirigido desde el banquillo por un entrenador interino, Antonio Poyatos, quien ayer estuvo en ese lugar y mañana puede ocupar en Jerez el banco de un ciudadano cualquiera.
La prueba de contraste que suponía el Xerez todavía fue más elocuente al ser expulsado Víctor Sánchez, al principio de la segunda mitad. Ni de este modo, ni con ventaja en piezas, fue capaz el Real Zaragoza de doblegar al más débil adversario que ofrece la competición. ¿Si no se le gana al Xerez en La Romareda -se pregunta el aficionado- a quién se le puede vencer? Hallar una contestación razonable, creíble, a esta pregunta no es sencillo en este momento. El caso tiene aspecto irresoluble. Invita, de hecho, al silencio, por no contestar con una verdad cruda y dolorosa.
Quizá hubiera que tener para ello las conchas del senador por Aragón José María Mur, uno de los fundadores PAR, quien no tuvo empacho en acudir este fin de semana al Camp Nou adornado por una bufanda culé para animar -se supone- al Barcelona de Pep Guardiola, después de experimentar su primer traspiés relevante, una eliminación copera. Aquí se sufre y se padece hondamente. La agonía es vital, no circunstancial. Se trata del ser o no ser. Pasan los partidos, los sistemas, los jugadores, los refuerzos y los postergados y nada adquiere las raíces suficientes como para imprimir un giro al discurrir de las cosas, para provocar un cambio de tendencia que libre al Zaragoza de la visita de la dama negra.
Al borde de la explosión colectiva
El público soberano que acude a La Romareda ha quedado situado otra vez al borde de la explosión colectiva. La desaprobación quedó reflejada en esta ocasión cuando concluyó el encuentro. En adelante, cabe que se manifieste antes, en cualquier lance, porque de nuevo se asiste a un proceso que no se desea ver de ningún modo: el progresivo deterioro de la situación, que conduce a un punto de sobra conocido, la pérdida de categoría, el descenso.
Después de haber realizado mil ejercicios de paciencia y fe, al aficionado no le queda más salida que toparse otra vez con las causas últimas de su desasosiego, con los hacedores de esta suerte de hechos, con Agapito Iglesias y el grupo de generales que lo rodea. Cualquier cosa se daría por evitar este trance, habida cuenta de que significa una ruptura social; pero no se conocen otros caminos en el fútbol: las responsabilidades se suelen pedir a los responsables.
Gay recurrió ante el Xerez a todos los refuerzos que le han traído en el mercado de invierno, a todas las tropas frescas llegadas de la retaguardia. Pero la incorporación al equipo de Jarosik, Eliseu y Suazo tampoco se reveló como una fórmula de victoria. Al entrenador comienzan a apretarle los zapatos. Desde que está al frente del equipo, sus futbolistas no saben por dónde llegar al gol. Esta materia es para ellos física nuclear, o acaso algo menos tangible todavía, como la metafísica.
Aquel dicho popular que afirma que no le meten un gol al arco iris empieza a erigirse en una pesada realidad. El único tanto que ha marcado el equipo con Gay llevando las riendas se debe a Moisés Hurtado, que es futbolista del Espanyol. Arizmendi, que nunca se distinguió por su olfato dentro del área, prosigue en la búsqueda. Ewerthon, por su parte, se sienta en la grada. El ‘Chupete’ Suazo, que vino como solución, podrá contar un día a sus nietos que jugó en Europa. No supuso ningún problema para la defensa andaluza, aunque seguramente padeció la inanición y la soledad con que el centro del campo propio castiga a todos sus futbolistas de área.
Durante determinadas fases del encuentro, el Xerez estuvo mejor posicionado sobre el terreno de juego, ocupó de modo más efectivo e inteligente los espacios libres e hizo circular bien el balón. Se dispuso para emplearse de manera ofensiva en el segundo periodo. La estrategia se la derrumbó un pitido de Mateu Lahoz, árbitro del encuentro, que envió a la caseta a Víctor Sánchez sin motivo aparente. Condenó así al Xerez a una prueba de supervivencia.
Como el Zaragoza no acababa de imponerse, La Romareda, que se percató de la debilidad de criterio del trencilla, intentó sacarle una pena máxima en cada balón que pasaba por el área del adversario, ya lo sirviera Pennant desde la derecha o lo pusiera Babic en incursión por la izquierda. Sin embargo, el colegiado debió entender que ya era suficiente con haber dejado al Xerez en inferioridad. Jorge López, en cualquier caso, dispuso de una ocasión para meter la pelota entre los tres palos como si el gol fuera un hecho consumado. Pero mandó el remate y el partido a donde estaban, a la nada.
Extraído de http://www.heraldo.es
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